La polémica saltaba el jueves por la tarde: una organización de defensa de los derechos de nuestros parientes animales más cercanos, Proyecto Gran Simio, exigía la retirada de los carteles del Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria, o en su defecto que el Gobierno regional y el Cabildo dejaran de prestar su apoyo al evento. Y todo porque en dichas imágenes promocionales aparecen tres fotos de pequeños simios, humanizados en la medida de que eran capaces, respectivamente, de mirar por una cámara, escuchar con unos auriculares puestos y hablar delante de un micrófono. Se trata de una alusión chistosa a los tres monos sabios (no ver, no escuchar, no hablar), figuras que tienen cientos de años de antigüedad y proceden de Japón. Hasta tan lejos se remonta el agravio, me temo.

Le he dado al asunto muchas vueltas, y merece la pena no obstante analizar el contenido del comunicado de Proyecto Gran Simio, por lo que plantea sobre temas tan peliagudos como la libertad de expresión o el papel que el arte y el humor desempeñan en nuestra sociedad. Al margen de que los animales se han usado muchas veces como reclamo de festivales de cine en España y otros países, y de que el año pasado el de la capital grancanaria ya había tenido carteles con gorilas sin que nadie chistase.

Partimos de la base de que la sociedad "debe tener conciencia" de la situación de estas especies animales amenazadas y que como son las más cercanas al ser humano se merecen un respeto especial. Concedido. Pero lo interesante es que Proyecto Gran Simio no aporta la menor prueba de que se hubiera producido el menor maltrato físico hacia animales al obtener las imágenes en cuestión.

Ese no parece ser el problema principal, y por tanto desmentirlo no desactiva la polémica. Según Proyecto Gran Simio, "detrás de cada fotografía, independientemente si son reales con utilización de objetos humanos o por el contrario están manipuladas, hay una historia dramática, unos seres que se encuentran al borde de la extinción y que han sido separados de sus madres". Debo oponerme con énfasis a esa afirmación. ¿Cómo que "independientemente"? ¿Cómo va a dar lo mismo si las imágenes se tomaron ocasionando sufrimiento o fueron trucadas? Eso supone equiparar el hecho (obligar a un orangután de carne y hueso a mirar por una cámara y fotografiarle después, que según quién tampoco sería un tragedia) con la representación del hecho a través de un fotomontaje.

Llevando esa idea al absurdo, podríamos defender que es grave por igual matar a una persona y filmar un falso asesinato con actores en un filme de ficción. Cabe discutir hasta la saciedad si resulta edificante ver a Steven Seagal despachar a un criminal tras otro, pero no por ello vamos a prohibir sus películas. Lo inconcebible entonces es condenar una imagen sin derecho a réplica por lo que representa, "independientemente" tanto de las condiciones en las que se tomó (o photoshopeó) como de su intención y del contexto en que se muestra al público. Equivale a decir poco menos que los simios son intocables en cuanto que objeto de representación, y ni siquiera se puede bromear sobre ellos.

En el comunicado la organización pide "una ley de grandes simios en España para que los casos como el que nos ocupa de publicidad y utilización de imágenes como reclamo ridiculizando a los grandes simios se prohiba, así como que sea delito su maltrato, el tráfico y el tenerlos encerrados en espacios reducidos".

Ahí radica el meollo del asunto. Resulta muy convincente el argumento de que los animales son capaces de sufrir como nosotros y por eso mismo no debemos tratarlos a patadas. Lo que choca es pretender prohibir las representaciones (no hablamos de actos en sí, ni de sufrimiento físico real) que les dejen supuestamente en ridículo. Como si tuvieran derecho al honor, igual que una persona. En apariencia el debate concluye aquí: los simios no tienen honor porque no son capaces de ofenderse, y resulta absurdo otorgarles derechos que no necesitan y que coartan libertades humanas sin necesidad. No tiene sentido.

Estaba ya dispuesto a olvidarme del tema, cuando el agudo comentario de la amiga de una amiga de Facebook me puso de nuevo en guardia. La idea que parece querer articular (no queda del todo claro) el comunicado de Proyecto Gran Simio es que la manera en que representamos a los grandes simios afecta a cómo los tratamos, y debemos regirnos por el cuidado más exquisito. Por nosotros mismos, no por ellos.

En el fondo al festival de cine capitalino los animalistas le culpan, no ya de causar algún daño comprobable a los primates, sino de no hacer lo suficiente por fomentar su dignidad. De no ceñirse a una representación correcta según la estiman los acusadores.

El antropomorfismo denigra de manera absoluta por antinatural. Adiós, por tanto, a cualquier producto cultural en la que los animales asuman cualidades humanas, por muy obvio que resulte que ese proceso tiene lugar en el ámbito de lo ficticio, lo cómico, lo metafórico. Adiós a Mickey Mouse y el orangután de El libro de la selva, adiós también a las fábulas de mi querido Tomás de Iriarte. ¡Qué gran pérdida para la imaginación! ¿Y para qué? ¿Por qué entender que el antropomorfismo supone automáticamente una humillación?

El arte y el humor ocupan el terreno de las infinitas posibilidades, muchas de ellas incómodas, y solo deben plegarse a lo políticamente correcto en un mínimo imprescindible de casos. Si le asignamos una función que no es la suya, echándole a sus espaldas la responsabilidad de guiarnos en línea recta hacia una utopía de la que no cabe desviación alguna, caerá por el contrario en la parálisis. Prohibir y censurar cuando el objeto de la supuesta ofensa no es ni siquiera un ser humano, con la excusa de que así mejorará el mundo a la larga, no parece la solución idónea. ¿Que el cartel no gusta? Perfecto, es opinable. Pero debería seguir siendo compatible dar unas condiciones de vida lo más dignas posibles a los grandes simios y representarlos de manera cómica o humanizada. Lo creo de verdad.