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CRÓNICAS GALANTES

Obreros de derechas

Eres más tonto que un obrero de derechas", suelen decir los que aún creen en la existencia de los obreros y de las derechas. Con esa frase quieren subrayar la incongruencia de que un trabajador -un paria de la Tierra- defienda con su voto los intereses de aquellos que lo explotan. Huele un poco a naftalina, pero qué más da. Obreros en el sentido tradicional de la palabra ya empiezan a no quedar ni en Pekín. A lo sumo, las fábricas arrojan excedentes de mano de obra que primero fue sustituida por los chinos y ahora por los robots. Son precisamente estos exobreros los que, en su mayoría, alzaron al millonario Donald Trump a la presidencia del mundo. El voto de lo que en EE UU llaman el "cinturón del óxido" -por lo oxidadas que se han quedado sus factorías- resultó decisivo para que un político técnicamente tan derechista como Trump lograse su inesperada victoria. La gente urbana y progresista prefería a la señora de Clinton, del mismo modo que los londinenses votaron abrumadoramente en contra del brexit.

Lógicamente, estos operarios sin fábrica en la que operar se han convertido en gente conservadora, añorante del pasado. Echan de menos los buenos viejos tiempos en que el curro estaba asegurado y la paga era razonable. Los intelectuales, los ingenieros, los matemáticos y demás gentes que impulsan ahora el progreso por medio de la revolución tecnológica les parecen una casta de señoritos. Unos liberales (como en América llaman a los progresistas) que piensan más en un mundo de relaciones globales y sin fronteras que en su propio país. A estas alturas del milenio y con la gente chapoteando en el ciberespacio, la de la izquierda y la derecha es una geografía política que ya solo invocan los partidos de ideología decimonónica. Como Podemos en España o la Coalición de Izquierda Radical (en corto: Syriza) que gobierna Grecia con un programa de recortes y privatizaciones mucho más extenso que el de Rajoy. La tendencia es más notable aún en Francia, donde los parafascistas del Frente Nacional de Le Pen le han vampirizado al Partido Comunista el voto del obrero. Los trabajadores manuales sin especial cualificación aceptaron de buen grado la idea de que los inmigrantes les estaban robando el empleo o, en el mejor de los casos, abaratándoles la paga con su competencia desleal. Ahora son esos obreros migrados del PC a la ultraderecha los que culpan de todos sus males a los extranjeros, a la globalización de los mercados y a la UE que permite entrar a cualquier indocumentado en su país. Mismamente como los votantes de Trump en EE UU. Un obrero conservador ha dejado de ser una rareza. Lo raro va a ser dentro de poco un obrero a secas. A medida que avance la robotización de las fábricas, los trabajadores de mono y sudor van a ir desapareciendo, víctimas de la nueva economía que tantos negocios antiguos se está llevando por delante. La izquierda, que siempre fue un concepto generosamente liberal basado en la igualdad y el progreso, ha pasado a identificarse más bien con los revolucionarios de Silicon Valley que están poniendo el mundo patas arriba. No ha de extrañar que los viejos gremios laborales amenazados por Google, por Uber, por Amazon y por la irrupción de la economía de los Big Data reaccionen contra estos cambios. De derechas o izquierdas, lo que ya casi no quedan son obreros.

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