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OBSERVATORIO

La filosofía en las aulas canarias

Acabo de cerrar una larga etapa, más de una década, de coordinador de Historia de la Filosofía en la Prueba de Acceso a la Universidad (PAU). Las líneas que siguen resumen esa experiencia. Una tarea como esa ofrece un excelente puesto de observación de la situación del bachillerato y del sistema educativo en Canarias. Mi impresión es que dicha situación es crítica.

Si tuviera que resumir en una palabra el rasgo fundamental de la evolución del bachillerato estos años, elegiría la palabra "elitización". Entre los exámenes de PAU que he leído estos años he encontrado algunos brillantes, excelentes en todos los sentidos. Se trataba de un pequeño grupo cada año, nunca mayor del 10%. Frente a ellos, separados por un abismo cada año mayor, una inmensa mayoría de exámenes que, solo a duras penas y en virtud de un esfuerzo penoso y baldío de memorización, pueden enmascarar la triste realidad de que ni la escuela ni el instituto capacitan hoy a la inmensa mayoría de los jóvenes para comprender textos y expresarse por escrito. El sistema educativo fracasa estrepitosamente cuando es incapaz de intervenir en las diferencias que produce la sociedad de clases, la familia y las disposiciones naturales de los individuos, cuando se limita a reproducirlas y ampliarlas.

Ante esta situación, consignas como "salvemos la filosofía" o diagnósticos como "la filosofía, una asignatura acosada" me dejan perplejo. Lo que hay que salvar es el bachillerato, el proyecto -más o menos utópico- de una sociedad formada por individuos formados, cultos y, en esa medida, libres. El problema no es que la estructura curricular pueda valorar en más o en menos a la filosofía, sino la actual situación en la que la inmensa mayoría de los niños y los jóvenes canarios están abandonados a su suerte. Si la filosofía ha sido maltratada en el bachillerato, esto se ha debido, en mi opinión, a que el profesorado de esa materia se ha quedado prácticamente solo en el mantenimiento de los objetivos inherentes a la idea de un bachillerato, como un último bastión frente a la degradación generalizada. Mi impresión es que la mayoría de las materias, guiadas por un funesto principio de adaptación, han ido dimitiendo de los objetivos que dan sentido a la práctica educativa. Hoy asistimos al escándalo de que se considere normal que un bachiller no sepa matemáticas, carezca de cultura científica, se examine de inglés como de una lengua muerta, sea incapaz de comprender textos, no haga experiencias literarias ni artísticas, no sea capaz de escribir un texto con una mínima corrección sintáctica.

Lo que honra a la filosofía en medio de esto es que, por su propia constitución y por la voluntad de los individuos que, si se vinculan con ella, lo hacen casi siempre por motivos vocacionales, constituye un foco de resistencia frente a esa situación de degradación. La filosofía enseña a analizar conceptos, a pensar problemas, a formular preguntas y exponer respuestas en forma de argumentos racionales. La filosofía se despliega como comprensión y autocomprensión. Pero los materiales con que hace todo eso son textos, discursos escritos, y no precisamente banales y simples. El ser-para-el-texto le es inherente e irrenunciable. Por eso mismo, en la medida en que la propia filosofía ha sido capaz de demostrar que la apertura humana del mundo es esencialmente lingüística, su enseñanza fundamental consiste, en última instancia, en la del manejo pensante del mundo de vida propio.

De esto se derivan dos consecuencias inmediatas. Primero, en un bachillerato degradado hasta el punto de normalizar la incapacidad para la comprensión y para la expresión, la filosofía queda inevitablemente marginada y en precario, sean cuales sean sus horas lectivas. Segundo, en el caso de que se diera la voluntad clara de realizar el derecho de un bachillerato digno, el sistema educativo canario cuenta ya con un colectivo de docentes que, en medio de las condiciones más adversas, no han renunciado al imperativo de enseñar a comprender. La sociedad canaria no puede permitirse dilapidar esa capacidad. Somos demasiado pobres en instituciones culturales como para permitirnos perder lo que ocurre en las aulas cuando se intenta entender a Kant. Debería abandonarse de una vez la retórica que predica una mejora de la situación de la filosofía en el bachillerato como un fin en sí mismo. En lugar de esto habría que defender una mejora radical del bachillerato en Canarias. Y para esto se necesitan imprescindiblemente las materias de filosofía y al profesorado de filosofía, cuya capacidad y compromiso está sobradamente probados.

La urgencia de un bachillerato a la altura de su idea no puede esperar a cambios normativos. Pero, claro, resulta también evidente que más temprano que tarde habrá que derogar y sustituir la ley Wert, esto es, la ley de los obispos, de los saqueadores de lo público y de la eternización de las relaciones de dominación españolas. Y no por lo que esa ley hace con la filosofía, sino por la espantosa filosofía que la alienta. Esto es, la concepción del ser humano como un animal para la competencia sin fin y la producción ciega. Hay algo de estupidez perversa en persistir en esa idea cuando se ha hecho tan evidente que la propia supervivencia de la especie requiere una relación pacificada de los hombres entre sí y con la naturaleza externa e interna. Cuando se decide que el objetivo de la educación es "mejorar la empleabilidad, y estimular el espíritu emprendedor de los estudiantes" (BOE, 10 de diciembre de 2013), lo que se está expresando de un modo mal disimulado es que se trata de una educación para la explotación y el embrutecimiento. A esta se contrapone la "educación para la mayoría de edad" (Adorno), para la emancipación, para la libertad. Es en ella donde la filosofía tiene propiamente su lugar.

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