Cada uno de nosotros ha intentado educar a nuestros hijos de la mejor manera que hemos entendido, buscamos lo mejor para nuestros hijos, eso no significa que sea lo más sofisticado, ni lo más adecuado o conveniente en ese momento, y que pueda ayudarles a forjar su futuro de forma constructiva. Si hiciéramos un símil de la vida con un tablero de ajedrez, a veces algunos padres quieren que sus hijos se salten algunas casillas del tablero de la vida, intentando facilitarles aspectos que debe vivir cada persona y no sirve para nada que los padres quieran eliminar sufrimientos y experiencias que son necesarias para forjar el carácter y las conductas del individuo. Al final vemos cómo la vida nos hace volver al punto de partida, hasta que aprendemos en propia piel aquellas vivencias y experiencias que son verdaderamente necesarias para pasar a la siguiente casilla. El exceso de proteccionismo que estamos viviendo y viendo en las familias hacia sus hijos pasará una factura al cobro cuando pase el tiempo y los hijos tengan que tomar decisiones importantes y no hayan alcanzado la madurez, ni la autonomía suficiente, al haber estado supeditados siempre a las decisiones de sus progenitores.
Todas esas familias protec-toras en exceso de sus hijos piensan que haciendo los padres cosas que debería corresponder hacer a los hijos les van a mejorar la calidad de vida, sin darse cuenta del perjuicio que les están produciendo a largo plazo, impidiendo que asuman las responsabilidades, deberes y obligaciones que tiene que asumir cada uno con su edad, sin ir más lejos hoy en día en la universidad ya se ve a padres acompañando a sus hijos en las revisiones de exámenes, ¿cuándo se va a dejar a los jóvenes que se equivoquen y aprendan de sus errores, para llegar algún día a ser independientes? Hay que dejar que cada hijo viva su momento de vida y que aprenda del mismo. Los padres están ahí para ayudar y orientar, no para vivir ellos las experiencias que debían experimentar sus hijos, evitando que aprendan de sus propias experiencias.
Ningún padre quiere que sus hijos sufran o padezcan dolor alguno, yo no hablo de ese sufrimiento físico provocado por algo externo o enfermedad. Los adultos debemos estar ahí para impedir que existan accidentes por no tener en cuenta los cuidados mínimos necesarios. Hablo del aprendizaje real y diario de los niños a través de sus errores y equivocaciones, que nos hacen reconducir nuestras vidas para evitar que volvamos a tropezar en la misma piedra. Hablo de ese umbral mínimo de fracaso que no están teniendo los niños por una culpa real de los padres, que hacen que se sientan desdichados los hijos que no consiguen lo que quieren de forma inmediata.
El ser humano es imperfecto por naturaleza y a lo largo de la historia ha aprendido cuando ha querido de sus imperfecciones, para mejorar su vida y la de los demás.