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CRÓNICAS GALANTES

Vivan el vino y las mujeres

Un político de apellido empedrado de consonantes ha montado la mundial al sugerir que la Europa del norte trabaja para que la del sur se gaste el dinero en vino y mujeres. Dado que Jeroen Dijsselbloem es presidente del Eurogrupo, ha llamado aún más la atención su reproche a las cigarras sureñas que, según dice, dilapidan en vicios los fondos aportados por las laboriosas hormigas del norte. Dijsselbloem ha enfadado por igual a las feministas, a los italianos, a los españoles, a los griegos y quizá a los vinateros. Probablemente quería decir que en Europa hay quien se lo curra y quien se lo gasta alegremente para luego pedir más; pero lo expresó de tan curiosa manera que ha conseguido irritar a casi todo el mundo. Y encima se niega a disculparse con una altanería que, paradójicamente, resulta de lo más flamencona. Tampoco hay que tomárselo a mal. En el fondo, su castiza frase revela las escasas diferencias existentes entre nórdicos y sureños, más allá de la mera geografía. La idea de la felicidad, a ojos de Jeroen Dijsselbloem, se resume en vino y mujeres, como en el título de la celebrada canción de Manolo Escobar. Uno se imaginaba a las clases ilustradas de Centroeuropa soñando con un retiro en la biblioteca: entre libros, música de Wagner y amor a la filosofía. Pero qué va. La aspiración del imposible Dijsselbloem, como la de cualquier latino del común, es que le toque la lotería para gastarse rápidamente el premio en la taberna y/o en convidar a cenas a las señoras. Mucha envidia es lo que hay. Está feo reprocharles a otros socios de un club -el de la UE, por ejemplo- que sean una especie de mantenidos, vagos y vividores. Pero, en fin: a estas cosas ya está la gente acostumbrada.

Choca un poco más que el presidente holandés del Eurogrupo, a quien hay que suponerle una cierta frialdad, haya recurrido a las coplas del vino y las mujeres para quejarse de lo mucho que chulean a los del norte los pueblos del Mediterráneo y por ahí. Es de suponer que las mujeres, aunque sean del sur, tienen también su corazoncito. Convertirlas en mero objeto de consumo masculino parece un rasgo más bien misógino. Y, por si fuera poco, deja prendido un enigma: el de saber en qué se han gastado las señoras de la parte meridional de Europa el dinero recibido de la UE. Pase lo del vino, pero no parece razonable pensar que también lo hayan derrochado en mujeres. Dijsselbloem debería darle un par de vueltas a este pensamiento, aunque no parece que esté por la labor. De momento se ha negado a disculparse, siguiendo la hispanísima costumbre de sostenella y no enmedalla. Quizá se trate, en el fondo, de una confesión de afecto al modo de vida mediterráneo: mucho más alegre y jaranero -en teoría- que el de las naciones calvinistas entregadas al trabajo. Aun así, no está bien que altos cargos de la UE propaguen públicamente tópicos de barra de bar como el de la vagancia de unos, la laboriosidad de los otros y la crapulosa afición de los sudistas al vino y las mujeres, que en realidad está universalmente extendida. El lenguaraz Dijsselbloem podría haberse apoyado en la fábula de la cigarra y la hormiga, que da más lustre a quien la cita. Pero tampoco hay que pedir sutileza a un político, aunque sea holandés. Hay que ver cómo están Europa y su Eurogrupo.

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