Por los Bethèncourt era canario de raíces lanzaroteñas. Por su madre era de la línea de los Massieu, de la isla de La Palma. Su niñez la vivió en la Península -en El Escorial-. En Madrid, en el Colegio de El Pilar, estudió ingreso y primero de bachillerato. En tiempos de la República, su madre quedó viuda y decidió venir a Gran Canaria para residenciarse en Las Palmas de Gran Canaria donde cursó el resto del bachillerato, muy cerca de su casa, en el legendario Colegio Viera y Clavijo, con don Pedro Cúllen del Castillo, que fue quien despertó en él su vocación por la Historia, y don Juan Melián Cabrera como capitanes. Al terminar el bachillerato don Antonio de Bethèncourt se trasladó a Madrid para estudiar la carrera universitaria. Con don Cayetano Alcázar preparó la tesis doctoral titulada Política exterior de España de 1728 a 1743, con la que obtuvo premio extraordinario. Después publicó el libro, Patino en la política exterior de Felipe V, libro que ha tenido enorme resonancia en Inglaterra, Alemania y EE UU. Asimismo, también obtuvo el premio Menéndez Pelayo del CSIC, que se lo entregó Francisco Franco personalmente. Fue catedrático en Valladolid. De allí vino a la Universidad de La Laguna, donde, sucesivamente, fue secretario de la Facultad, director del ICE, vicerrector de Extensión Universitaria y Rector -no por designación directa, sino por estricta y reglamentaria elección del claustro, tras la dimisión de Fernández Caldas-. Estuvo al frente del Rectorado lacunense desde abril de 1976 hasta septiembre de 1980. "¡Un grancanario rector de la Universidad de La Laguna, y en plena transición política!", era la admiración unánime en los altos ambientes de la sociedad isleña -sobre todo la tinerfeña-. El único grancanario que ha dirigido la Universidad lacunense a lo largo de sus más de dos siglos de historia. Quienes lo eligieron supieron por qué encomendaban tan alta misión al bueno de don Antonio. El profesor doctor Bèthencourt y Massieu fue elegido porque él era hombre totalmente entregado a la Universidad. Aún recordamos, hoy con más emoción que nunca, en nuestras vivencias como estudiantes en La Laguna, sus 12 y 14 horas diarias, hasta tardes enteras de domingos, compartidas entre aulas y seminario, incluso le sobraba tiempo para recibir a sus alumnos para orientarlos, dirigirlos y darles paternales y doctrinales consejos.

Don Antonio de Bèthencourt y Massieu hizo muchas cosas por la Universidad de La Laguna. Consiguió la creación de nuevas plazas de catedráticos y profesores adjuntos. Se apoyó en su amigo y colega, Manuel Cobo del Rosal, antiguo decano de la Facultad de Derecho, cuando fue nombrado subsecretario en la Administración Central, y éste, conocedor de la realidad de la Universidad Lacunense y testigo de la entrega de don Antonio en el desempeño del cargo de Rector ayudó a La Laguna con unas importantes partidas de dinero. Llevó a cabo una obra ingente en cuatro años de gestión. Tiempos en que comenzaba a acentuarse la reivindicación por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. "¡Universidad, en Las Palmas ya!", era el grito que rompía tímidamente el silencio lagunero, al tiempo que progresivamente se recrudecía en los ambientes de Las Palmas de Gran Canaria. Era tiempo en que los centros de estudios superiores que se hallaban en nuestra Gran Canaria tenían muchas carencias, fundamentalmente los de Arquitectura, Ingeniería Industrial, Escuela Normal de Magisterio y antigua Escuela de Comercio. El profesor doctor Bèthencourt Massieu conocía, como pocos, no sólo el motivo y la razón de todos aquellos problemas que tenían sino la enorme demanda de centros que existía en Gran Canaria y que los grancanarios solicitaban para sí y para los jóvenes estudiantes, presentes y futuros, de las islas de Lanzarote y Fuerteventura. Don Antonio de Bèthencourt aprovechó los pactos de caballeros en virtud de los cuales se trataba de conservar en La Laguna las Facultades tradicionales y los estudios politécnicos en Gran Canaria. Bèthencourt preparó la idea de la creación de una Universidad Politécnica en Las Palmas.

Pero no queda sólo aquí la labor de don Antonio de Beèhencourt y Massieu, quien en nuestras conversaciones mantenidas en cientos de horas que "trianeamos" en la ruta hacia o desde el histórico barrio de Triana, nos dijo en cierta ocasión: "Cuando yo llegué a La Laguna, en el año 1966, me encontré que la historia moderna de Canarias no se había renovado". ¿Qué hizo usted, don Antonio?, le preguntamos; y nos contestó: "Apliqué los nuevos métodos de trabajo a la historiografía de Canarias y, a partir de entonces, empezó a aparecer una serie de tesis doctorales de enorme interés, como las de Manuel Lobo Cabrera, Julio Hernández, Vicente Suárez Grimón, Antonio Macías Hernández, Elisa Torres, el padre jesuita Julián Escribano, Garrido, etcétera..."; y cuando insistimos para que nos precisara el efecto positivo de aquella plausible labor docente e investigadora, nos contestó "¡Mira, Antonio Cruz, con lo que se ha hecho, se podría escribir una historia de Canarias que superaría a la de Viera y Clavijo!".

Don Antonio de Bèthencourt y Massieu fue un hombre cordial y sencillo, creyente, que derrochaba admirables dosis de buen humor. Pero, sobre todo, fue un intelectual que se entregó con pasión a su menester. Un verdadero enamorado de la Historia. Triunfó como profesor, por el admirable don que poseía para conectar con sus alumnos y transmitir su metodología del rigor histórico. Cuando se jubiló recuerdo saludarlo. Él, como siempre, estaba acompañado de su ejemplar esposa Marichu, al tiempo que le decíamos: "¡Bueno, don Antonio, y ahora a tomarse un merecido descanso y disfrutar de las aguas de la Playa de Las Canteras junto a Marichu!". Nos contestó: "un investigador no se jubila nunca, jamás debe estar inactivo! Se jubila cuando le llega la hora de su muerte". Gran verdad. Vista su labor como catedrático emérito, no se lo hubiera perdonado, jamás, la sociedad grancanaria. Después de aquello han pasado algunas décadas, tiempo que don Antonio dedicó cotidianamente a ir a la sede de la Universidad Nacional de Educación a Distancia y a la Casa de Colón a investigar, escribir, planificar y corregir los temas que iban a incluir los tomos del Anuario de Estudios Atlánticos, dirigir tesis, orientar a licenciandos y a doctorandos, como gran maestro que fue, lo es y continuará siéndolo en la otra vida, donde, conociéndolo como lo conocemos, desde ayer mismo se habrá unido a don José de Viera y Clavijo a investigar y a debatir la moderna metodología a aplicar a los sugestivos temas de la historia de Canarias; pero, además y con especial dedicación, mantendrá largas conversaciones con San Beda el Venerable, presbítero y doctor de la Iglesia, que es el santo patrono de los historiadores por el que don Antonio sentía agradecida veneración. Quieto, parado o inactivo, seguro que no va a estar. ¡Gracias, Don Antonio, hermano predilecto grancanario, profesor, amigo y maestro!