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Escocia y la "marcha atrás"

Theresa May heredó del torpe Cameron el resultado de un referéndum que ni la una ni el otro deseaban. Aunque los sondeos testimonien el arrepentimiento de muchos expartidarios del brexit y el superior porcentaje de quienes hoy votarían seguir en la Unión Europea, la premier no quiere ni pensar en un nuevo referéndum. Repetir que la salida no tiene marcha atrás carece de todo valor predictivo. Si no ella, quien la suceda al frente del gobierno reabriría el melón para ajustarlo a sus ideas y programa. La duda razonable sobre el sentir mayoritario del país será razón suficiente para hacerlo, y aún más ante el balance negativo de la separación, más probable a medida que se van conociendo las previsiones de Londres que Bruselas no podría aceptar aunque quisiera. La exigencia de unanimidad de los estados miembros será el cordón sanitario que neutralice las ventajas pretendidas por el exmiembro.

Gana consistencia la sospecha de que May no puede repetir el referéndum europeo y negar la repetición del escocés. Este sería el motivo de la "irreversibilidad" que invoca la premier y ratifica la mayoría en Westminster, sin garantía alguna de que la negociación hasta la ruptura efectiva garantice las ventajas con las que ya se especula. Angela Merkel ha sido contundente antes de empezar a negociar, asimilando el fracaso al Reino Unido sin menoscabo de la "historia de éxitos" que a su juicio respalda a la UE. Pocos de sus miembros dudarían en suscribir esta postura, que previene entre otros puntos el de impedir cualquier negociación bilateral, no común, de los 27 con Londres. Si alguno lo intenta tendrá que elegir entre eso y la permanencia en la Unión.

Que un problema doméstico como el de Escocia precipite el primer desgajamiento de la UE, desborda lo admisible. Cabe comprender el miedo a un segundo referéndum escocés con mayoría separatista, que pondría de inmediato al país del whisky y el petróleo a esperar turno de entrada en el club comunitario. Y no se descarta que Irlanda del Norte tomase nota para refrendar su propia ruptura e integrarse en la República de Irlanda, miembro de pleno derecho de la Unión. Un horizonte de pesadilla para el eximperio británico, cuyos dirigentes impedirán esas consultas mientras puedan. Lo deseable es, como resultado de la negociación que comienza, una relación equilibrada y justa entre lo británico y lo europeo. Pero de un conflicto interior latente no tiene Europa culpa alguna. La "marcha atrás" puede pasar de la negación a la afirmación, sin más referéndums populistas e impredecibles. Al tiempo.

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