Cualquiera que conozca la biografía de don Antonio de Bèthencourt Massieu, que ahora se cierra a la par que se ha apagado la luz de sus ojos, y se disponga a evocar algunos aspectos de su recuerdo, no dejaría de caer en una tópica ponderación, en todo caso merecida, porque quien acaba de fallecer no es una personalidad a la que haya que hurtar los adjetivos más elogiosos. Sin embargo, nosotros, que hemos tenido el privilegio de hablar con don Antonio cerca de trescientas horas en los últimos cinco años, que constituyen el tramo final de su vida, tenemos que confesar que estamos serenamente compungidos ante su partida inexorable. La templanza del sentimiento, aún a sabiendas de que no volveremos a escuchar el peculiar tono de su palabra, radica en la perspectiva que él mismo nos enseñó a adoptar ante los fríos acontecimientos que generan la construcción de la historia.

De la muerte de don Antonio tuvimos noticia en plena calle de Triana, el escenario físico de nuestros diez paseos enmarcados en el proyecto 'La ruta de la memoria', y, de pronto, nos asaltó una frase de El libro negro, de Giovanni Papini: "Hoy es primavera y luce el sol, pero mi corazón está triste, porque ha muerto un amigo?". El hecho de que el profesor Bèthencourt se aprestara a desnudar su memoria en un estilo confesional y entregársela a este humilde cronista local para convertirla en texto abierto y compartido por muchos lectores fue un acto de generosidad y de entrega de su conocimiento a la sociedad canaria, a la vez que nos convertía en amical depositario de una sabiduría inconmensurable.

Don Antonio de Bèthencourt, junto con la transmisión de su conocimiento, fue regando amigos por las diversas ciudades y sedes universitarias en las que desarrolló su vida al servicio de la historia: Madrid, Santiago de Compostela, Valladolid, La Laguna, UNED en Madrid y Las Palmas de Gran Canaria. En las últimas décadas, su sitial estuvo ubicado en la Casa de Colón, en Vegueta, a donde, cual probo funcionario, llegaba cada mañana puntualmente. Allí seguía recibiendo, con llaneza profesoral, a antiguos alumnos que solicitaban una clarificación historiográfica, a jóvenes licenciados que pedía la dirección de una tesis, o a ávidos investigadores que deseaban que, con su pluma de prestigio, les escribiera las palabras preliminares de sus publicaciones. A todos los convertía, si no lo eran ya, en amigos de profesión, en apasionados por la historia, con una siempre actualizada metodología interpretativa de los acontecimientos pretéritos.

En el constante crecimiento de su apoyo a las investigaciones historiográficas, cuantificadas en las 59 tesis que dirigió, y del empeño en la difusión de nuestra historia, no dudó en alojarse en la patria del atlantismo, con arraigo en este amplio ámbito cultural de las tres orillas (Europa, África y América), siendo el Anuario de Estudios Atlánticos, el buque insignia heredado de Rumeu de Armas, la evidencia de un trabajo editorial sabiamente coordinado. Y, en paralelo, a sus noventa y siete años no dejaba de asombrarse y de enorgullecerse a sí mismo ante el más de millón de visitas que había recibido la página canaratlantico.org, Base de Datos de Estudios del Atlantismo, creada bajo sus auspicios.

Creemos que los miles de documentos que manejó con exquisito mimo a lo largo de su dilatada tarea investigadora, en su gabinete, en sus clases, en sus libros, en las tesis? fueron creando un vínculo neuronal entre texto e historiador que nos lleva a no poder separar al personaje del oficio. Decía el filósofo neoplatónico Plotino que la persona que mira con atención a un objeto o a una imagen termina convirtiéndose en ese objeto. En este caso, don Antonio de Bèthencourt Massieu, el historiador, se ha transfigurado en la propia historia. Y al ser un icono de nuestra Historia es a partir de ahora patrimonio inolvidable de la memoria cultural de Canarias.