Mis vecinos Merchi y Alberto, matrimonio jubilado de maestros, son unos viajeros de tomo y lomo. Conocen 60 países y no paran. Recién llegados de Japón, planean un crucero por las Islas Británicas y otro a final de año por Australia y Nueva Zelanda.
Durante un tiempo usaron el sistema de intercambio de casas y así disfrutaron de un piso en pleno barrio judío de París; de una chalé con huerta en el área metropolitana de Berlín y de una vivienda de la época de Sissi -con piano de cola y discos de Carla Bruni en los estantes- en Viena.
Han visto auroras boreales en el Polo Norte a 30º bajo cero, y ballenas en Cabo de Hornos. Conocen Ushuaia, donde está el tren del fin del mundo, Canadá, Alaska, Islandia? No hay destino que se les ponga por delante.
No dan el tipo de viajeros intrépidos. No llevan amuletos del Tíbet colgando de una oreja ni plumas de una tribu ignota de la Patagonia chilena. Es más, esta mañana (por ayer) me los he encontrado paseando a uno de sus nietos en un carrito.
Les dije que quería escribir sobre Europa a raíz del anuncio del socialista francés Valls de que votará a Macron, pese a que no es de los suyos, para unir fuerzas frente a Le Pen.
Valls ha encorajinado a sus partidarios, que lo tildan de traidor, pero a mí me ha gustado esta llamada a rebato ante el riesgo de que la ultraderecha se haga con Francia. Imagina una cumbre Le Pen-Trump.
El riesgo para la UE es real. Ya lo vimos en el Reino Unido (UK para los ingleses), donde se subestimó el poder del palabrerío.
Les pregunté por la UE en sus vidas, y aquello fue un torrente: empezaron a viajar gracias al proyecto europeo Comenius, que los llevó como profesores de intercambio a Finlandia e Italia. "Comenius nos descubrió el mundo, nos dijimos: hay que salir".
Y viajar por Europa es lo más. "¿Tu sabes lo que es entrar en Finlandia con el DNI? Es mágico".
