En la película No habrá paz para los malvados el inspector Santos Trinidad (José Coronado) es en sí mismo un cuerpo policial, una bestia parda autónoma fugada de cualquier jerarquía, y que va a su bola en un Madrid de bares de carretera en los que fracasa el modelo Colombo y triunfan los que aún sueñan con echarse alguna tortura a la boca. Pero no es en rigor el caso de los agentes aunados bajo el estremecedor nombre de policía patriótica, a los que una X de Interior les encarga supuestamente servicios especiales para interferir en procedimientos judiciales como el de la familia Pujol, el ático de Ignacio González o el sumario -aunque no se lo crean- del Pequeño Nicolás. Una comisión parlamentaria intentará sacarles algo a estos tipos con escamas de cocodrilo a los que, ojo al dato, sucesivos gobiernos les deben favores por echar los detergentes más corrosivos por la cloacas del Estado, por lo que la esperanza de transparencia viene a ser poca o ninguna. Y no son como Santos Trinidad porque manejan mejor la información que el revolver que llevan debajo del sobaco. Viene a ser un grupo de élite ajeno al Estado de Derecho, aunque pagado por todos nosotros, dedicado a remover la mierda, aunque oficialmente se le conocía como Brigada de Análisis y Revisión de Casos (BARC). Uno que lo ve casi todo en clave cinematográfica se imagina a X como cuando la época los GAL y Amedo: una alto cargo político, desquiciado y rabioso, que agotado por los cauces normales exige basura, aplicar la inyección letal de la contrainformación, destruir la versión judicial, doblar como una plastilina el orden constitucional y exigirle a un inspector del que nadie pregunta nada acabar con tanto miramiento. Ahora ha llegado la hora de la pregunta: ¿callarán para siempre? X espera que sea así bajo la luz amarilla del flexo. Cree que no hay grabaciones.