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Javier Durán

RESETEANDO

Javier Durán

Inmaterialidad carnavalera

Ojo para los que vengan lanzados contra lo que se propague en los próximos carnavales, y en especial contra las emanaciones sulfurosas de nuestra Gala Drag Queen! Igual que hay inspectores de todo, hasta de alcantarillas, existen unos tipos que levantan acta contra los despilfarros verbales que atentan contra Franco o la sacristía e interponen demanda, ya sea por mentar el vuelo de Carrero Blanco o la cruz del Valle de los Caídos. Pero como decía, ¡ojo con el Carnaval! El último Consejo de Ministros lo reconoce, ¡toma ya!, como Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial. Pedazo de categoría -adjudicado también, faltaría más, a la Semana Santa y a la trashumancia- que nos llena de regocijo tras tener que pasar por Fiscalía, y recomendar su titular decoro y respeto a los que como Sethlas se echan la manta a la cabeza y manosean lo sagrado. De la misma manera que existe una protección para el patrimonio material, la referida al inmaterial trata de salvaguardar el proveniente de las costumbres y tradiciones de los pueblos que, aunque prohibidas, como fue el caso del Carnaval en diferentes etapas, han logrado sobrevivir, pese a quien le pese. Pero lo mejor de todo es que el reconocimiento del Consejo de Ministros subraya, entre los argumentos principales para la concesión, su carácter catártico porque viene a ser "una catarsis", es decir, un acontecimiento conveniente para eliminar las emociones malas, dañinas, bloqueantes, obstructivas... Le da, pues, un empuje terapéutico, y lo exalta como desenfreno, felicidad, alegría y positivismo. Sigo con las justificaciones del gabinete de Rajoy: ahonda en "las hibridaciones culturales", con lo cual va más allá de una fiesta estática, permanente en el tiempo, ajena a la evolución social, sino que alarga la mano para alcanzar recursos de otros ámbitos. Una hibridación, supongo, en la que entra la crítica, la acidez, el humor, la parodia o el sarcasmo contra la religión, siempre que exista diversión. Y es que este asunto de la inmaterialidad carnavalera sustenta, a modo de pilar, un derecho básico a la hora de enfrentarse a la corriente enfermiza -no políticamente correcta ni leches- que trata de acabar en España con los chistes y con la retranca que siempre se ha tenido por aquí, sobre todo los canarios. Esta gente de organizaciones con la sonrisa deslomada quieren llevar a este país al aburrimiento. No se trata de insultar, claro que no, pero que exista aire para una letra de una murga, para una escenografía heterodoxa, para una drag irreverente. El Consejo de Ministros, nada menos, ha señalado cuál es el sino del carnaval. También lo ha hecho con otra tradición, la Semana Santa, porque no faltan los que, en esto de darle vuelta al tornillo, consideran que determinadas procesiones atentan contra los que tienen una mirada laica del mundo. Sobre la trashumancia no hay problema. Se trata, cómo no, de lo intolerantes que nos hemos hecho, donde de pronto nos empiezan a resultar molestos actos, actuaciones y afirmaciones con muchos años de vida, ya digeridas, pero que ahora florecen por razones que dejo para sociólogos y filósofos. Bien, parece que el carnaval, una vez ganada su inmaterialidad, parece quedar -no lo aseguraría- a desmano de los caprichos de cualquier estadio dedocrático, autoritario, diaconal, papista, tergiversador, manipulador... ¡Que siga la fiesta de la inmaterialidad!

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