El periodista Nicolás Castellano que estos días está presentando su libro Me llamo Adou (La verdadera historia del niño de la maleta que conmovió al mundo) no recordará lo que voy a contar y que yo misma tenía olvidado. El jueves en la presentación de su trabajo, escuchándole, percibiendo la admiración que despierta su trayectoria recordé una conversación que mantuvimos hace unos 15 años. Como a lo mayoría de los que hoy están en la primera línea del periodismo les he visto llegar y ellos, a su vez, me vieron alejar de la batalla del periodismo diario. Por esas fechas los periódicos se esforzaban en dar contenidos fijos a sus páginas para paliar la falta de noticias propias del verano y por eso mismo me encargaron una serie de reportajes sobre la emigración. Tenía que localizar a emigrantes que llevaran en Canarias tantos años que ya tenían descendencia, una vida integrada en las Islas. No era difícil localizarlos, lo complicado era convencerlos para que posara toda la familia, mamá, papá, hijos, nietos, etc. La guinda del pastel estaba en hallar una foto en la que estuviera presente ropa típica canaria. La paliza y el hastío eran tales que estaba deseando acabar el trabajo y cuando más aburrida estaba me llamó Nicolás. Le gustaba la serie de la que yo estaba harta: "Es la mejor que se ha hecho por aquí sobre emigración". Desconozco si Nicolás recordará esa charla pero para mí constituyó el impulso que necesitaba. En esa llamada me facilitó contactos con familias de senegaleses y saharianos afincados en Ingenio, me dio el empujón. Nicolás ya era referente en temas de emigración que cada vez ocupaban más espacio en los medios.

Así de generoso es Nicolás, el mismo que el jueves nos maravilló en el Patio del Cabildo de Gran Canaria hablando de Adou y su familia, de su admiración por el poeta Lezcano y su Maleta, de las injusticias que han visto sus ojos dejando una frase que encierra una gran verdad: "La foto del niño en la maleta es la imagen de un fracaso". Nico es uno de esos periodistas que engrandecen la profesión, no solo por el rigor de sus trabajos, sino por su compromiso y la necesidad de pisar la realidad africana y contarla. Todo un ejemplo. Es querido y respetado pero ni el respeto ni el cariño son gratuitos, es la siembra. Pocos actos convierten un salón en una redacción, todo periodismo.

Estaban los suyos.