El 14 de abril de 1931, desde el balcón del entonces Ministerio de la Gobernación, en la Puerta del Sol, ante la multitud enfervorizada que proclamaba la II República Española, Indalecio Prieto pronunció estas proféticas palabras: "Si vuelven sus enemigos, esta alegría de hoy se convertirá en lágrimas". Sus enemigos volvieron desde la derecha y desde la izquierda. Ante la soledad de la República, más tarde, dijo Prieto: "Todos decían amar a la República y todos se concitaron para destruirla", como así sucedió, con los golpes de Estado siguientes:

1) Primer golpe de Estado. Promovido en la madrugada del 10 de agosto de 1932, desde Sevilla por el general José Sanjurjo, apoyado por una pequeña parte del Ejército español, que fracasó desde prácticamente el comienzo. Sanjurjo fue condenado a muerte por un consejo de guerra, aunque la pena fue conmutada por la de cadena perpetua por un decreto del presidente de la República. Finalmente se exilió en la localidad portuguesa de Estoril.

2) Segundo golpe de Estado. Promovido por la revolución de Asturias desencadenada en la noche del 4 al 5 de octubre de 1934 por la izquierda comunista y por el PSOE, dominado por Largo Caballero, secretario general de la UGT, que desempeñaba en el momento de la Revolución el cargo de presidente del PSOE.

Salvador de Madariaga, intelectual republicano, antifranquista por supuesto, exiliado en Suiza, ha escrito que la Revolución de Octubre fue imperdonable y que el argumento de que Gil Robles intentaba destruir la Constitución para instaurar el fascismo era a la vez hipócrita y falso, como pude comprobar en una larga conversación, que tengo grabada, mantenida con el líder de la CEDA en Madrid en el año 1973. La revolución de Asturias fue un error del PSOE, como reconoció Indalecio Prieto en las palabras que le honran, pronunciadas en el Círculo Cultural Pablo Iglesias, de México, el 1o de mayo de 1942: "Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el Partido Socialista y ante España entera, de mi participación en aquel movimiento revolucionario".

3) Tercer golpe de Estado. Promovido por la rebelión militar de la Generalitat contra la República el 7 de octubre de 1934, abortada por la declaración del estado de guerra por el gobierno Lerroux. El presidente y el gobierno de la Generalitat, liderados por ERC, fueron juzgados por el Tribunal de Garantías Constitucionales, condenados por "rebelión militar" a treinta años de prisión y la autonomía catalana fue suspendida indefinidamente.

4) Cuarto golpe de Estado. Gestado en el Frente Popular, que no sólo indultó a la Generalitat por la rebelión del 7 de octubre de 1934, y restauró la vigencia del Estatuto, sino que incorporó a 6 ministros de ERC y a varios anarquistas a los gobiernos del Frente durante la guerra civil, introduciendo el caballo de Troya contra la República, a la cual traicionaron durante la guerra civil.

5) Quinto golpe de Estado. Ocasionado por la división interna del PSOE en mayo de 1936. Gil Robles llamó a Indalecio Prieto para decirle que si formaba gobierno, como le había ofrecido el presidente Azaña, le apoyaría en el Parlamento con los votos de la CEDA, lo que pudo evitar la guerra civil. En una reunión del grupo parlamentario socialista Prieto pidió el apoyo para formar gobierno, pero se lo denegó Largo Caballero, siempre partidario de la revolución y no de la colaboración con los republicanos, y su mayoritaria fracción revolucionaria dentro del partido, lo que precipitó la guerra civil, entre otras conocidas causas nacionales e internacionales principales, hasta el punto de que Salvador de Madariaga ha escrito que "la circunstancia que hizo inevitable la guerra civil en España fue la guerra civil dentro del partido socialista" (España, pág. 380).

6) Sexto golpe de Estado. Promovido por la insurrección militar de parte del Ejército y de la ultraderecha civil el 18 de julio de 1936, protagonizada por los generales africanistas que quebrantaron su juramento de lealtad al régimen republicano y a sus superiores jerárquicos. Se mantuvieron fieles a la República siete de los ocho capitanes generales de las regiones militares, los seis generales de la Guardia Civil, depurada drásticamente por Franco por su apoyo a la República, y 17 de los 21 generales de división, así como 49 de los 52 generales de brigada, de los cuales fueron fusilados 16 por el mando militar sedicioso, además de cinco de los siete capitanes generales leales a la República, al igual que, terminada la guerra, los vencedoras fusilaron a los generales Batet, Aranguren y Escobar, fervientes católicos, por no haber apoyado el golpe faccioso, como al comienzo de la guerra Queipo de Llano había fusilado al general Campins, gobernador militar de Granada.

7) Séptimo golpe de Estado. Ocasionado por la traición del nacionalismo independentista catalán a la República durante la guerra civil. El gobierno de la República tuvo que luchar contra la insurrección militar franquista, contra el fascismo italiano y alemán y contra la indiferencia francesa y la hostilidad británica, promotora del vergonzante Comité de No Intervención. Pero en la retaguardia tuvo que luchar contra los nacionalistas independentistas catalanes, que aprovecharon la guerra civil, como siempre han aprovechado los momentos de crisis y debilidad de los gobiernos de España, para proclamar la independencia de Cataluña. No nos engañemos, ha dicho el catedrático de izquierdas catalán Vicenç Navarro, ahora militante de Podemos, en el diario Público del 24 de junio de 2010: "Las clases dominantes de las diferentes naciones de España se aliaron para derrotar a la República, siendo los nacionalistas conservadores y liberales catalanes de los años treinta los mayores promotores en Catalunya del golpe militar -como antes del de Primo de Rivera-, que persiguió con mayor brutalidad la identidad catalana".

En los artículos de Azaña, escritos desde el exilio en Francia, que quizá fueran los más amargos y acaso también los más lúcidos, especialmente los de "Cataluña en la Guerra" y la "Insurrección libertaria y el Eje Barcelona-Bilbao", y antes, en su excelente "Velada de Benicarló", en el que acusa expresamente de traición a la Generalitat, revela, entre otros muchos actos de deslealtad a la República, que la Generalitat y la CNT asaltaron la frontera, los cuarteles, la Telefónica, la Campsa, el puerto y las mi-nas de potasa, sentenciando que "la Generalitat ha vivido en franca rebelión e insubordinación y si no ha tomado las armas para hacer la guerra al Estado será o porque no las tiene o por falta de decisión o por ambas cosas pero no por falta de ganas". Sigue con sus acusaciones: "Creación del ejército catalán, al considerar que el ejército de la República era un ejército de ocupación. Todos los establecimientos militares de Barcelona quedaron en poder de las 'milicias antifascistas', controladas por los sindicatos, y el gobierno catalán publicó unos decretos organizando las fuerzas militares de Cataluña".

En los tiempos de mayor desbarajuste, subyugado el gobierno catalán por la CNT, pactó con los sindicatos un decreto de militarización, concediendo en cambio que ciertas industrias serían oficialmente colectivizadas. La colectivización y ruina de las industrias y fábricas de material de guerra en Cataluña desarmaron al gobierno de la República. En cierta ocasión, el gobierno catalán suspendió o prohibió la fabricación de un pedido contratado directamente por el gobierno de la República. Hasta septiembre de 1938 no se decidió el Gobierno Negrin a militarizar, sometiendo al Ministerio de la Guerra, las fábricas de material. En su artículo "La Insurrección libertaria y el Eje Barcelona-Bilbao" Azaña, decepcionado, que había sido el autor y brillante principal defensor del Statut en 1932, escribió: "Los hechos parecen demostrar que, con monarquía o con república, en paz o en guerra, bajo un régimen unitario y asimilista o bajo un régimen autonómico la cuestión catalana perdura como un manantial de perturbaciones, de discordias apasionadas, de injusticias. Es la manifestación aguda, muy dolorosa, de una enfermedad crónica del cuerpo español".

En la primavera de 1938, en un rapport del Estado Mayor, se afirmaba que, perderse Madrid, Valencia y toda la zona centro-sur de la Península no significaría haber perdido la guerra, porque desde Cataluña podía emprenderse la reconquista de toda España. En realidad el mismo Azaña ya daba por perdida la guerra en esa fecha, pero el desarme y la traición del catalanismo de izquierdas precipitaron la derrota de la República el 1o de abril de 1939, que podría haber resistido sin muchas dificultades cuatro meses más hasta el comienzo de la segunda guerra mundial con la invasión de Alemania de los Sudetes de Yugoeslavia en septiembre de 1939, lo que hubiese salvado a la República al quedar al lado de las democracias occidentales, que era el objetivo primordial de la política de resistencia del presidente Negrín, quien, en noviembre de 1938, con ocasión del Consejo de Ministros celebrado en Pedralbes, afirmó, según refiere Julián Zugazagoitia: "Antes de consentir campañas nacionalistas que nos lleven a desmembraciones, que de ningún modo admito, cedería el paso a Franco. En punto a la integridad de España soy irreductible y la defenderé de los desafueros de los de adentro".

8) Octavo golpe de Estado. Promovido el 5 de marzo de 1939 por el coronel Segismundo Casado, con un grupo de anarquistas y socialistas, que se rebeló en Madrid contra el Gobierno Negrín. Querían negociar la inminente derrota republicana. No les sirvió de nada, Franco no tuvo piedad con los vencidos.

En la celebración del 86 aniversario de la proclamación de la II República el 14 de abril, no hay que olvidar que jamás ésta reconoció el derecho a la autodeterminación, solapado con el eufemismo del "derecho a decidir", ni a España como "Nación de Naciones", cada una con derecho a decidir, como ahora propugnan, vulnerando la Constitución "con un golpe de estado parlamentario permanente" (Alfonso Guerra, Tiempo no 1786) , los nacionalistas independentistas catalanes, aliados con Podemos, con la izquierda desunida y con los socialistas Pedro Sánchez e Iceta, que han traiciona-do el legado histórico, cultural y político de la Segunda República, y, como la historia suele repetirse en España, no sería aventurado advertir que traicionarían y darían un golpe de Estado también contra una Tercera República, que hipócritamente reclaman, si llegase a proclamarse por el pueblo español.