No hay manera de desdramatizar la política nacional. Siempre hay un cerumen de plastas que se dedican as rebuscar en el opio de las ideas: a descorchar como descosidos cualquier relax para hacer frentismo de curso de acceso a guardería. Viene por lo de Cristina Cifuentes, la presidenta de Madrid, que asomó por un suplemento dedicado a la moda para hacer, entre otras, una reflexión de perogrullo: que a veces ondea su melena rubia -no me meto en si es de tinte o no- para sacarle algo al que tiene al otro lado de la mesa de negociación. La afirmación, que se puede alinear junto a la coquetería, la seducción, la feminidad y todo lo que ya inventó madame Bovary, ha provocado la reacción de Podemos, Ciudadanos y los socialistas, escandalizados en fondo y forma con Cifuentes. Sin bajar a las profundidades del feminismo, que no es incompatible con lo de ir de rubia (o sea, que se puede ir de las dos cosas a la vez), la pepera más autónoma de Génova ha dicho una verdad como un templo, es decir, quién le impide a una mujer aprovecharse de su cabellera para obtener algo. Nada. Y de paso subraya que hay oponentes en una negociación, imbéciles ellos, que caen rendidos durante un tira y afloja a colmillo retorcido. Ha sido sincera: la política es una multiplicación de factores, y ella utiliza todas las armas que tiene a su alcance para convencer al contrario. Insisto, no sé si el color es de bote o natural. Resulta asfixiante que se produzca el ataque por el flanco feminista a lo que no es otra cosa que un punto de incorrección cuando, a día de hoy, no saben sus señorías -incluidos los de la nueva política- hacer aportación alguna de encomio sobre cómo afrontar la brecha salarial o cómo aplacar los asesinatos de mujeres. Pero da más resultado hacer oposición o espectáculo con lo que dice Cifuentes sobre el poder de los movimientos de su melena. Al final es que viene a ser de espasmo y no sudar que cosas así merezcan un comunicado o una declaración de un portavoz: ridículo total. La que peor lo tiene es Cristina Cifuentes, que ya ha puesto en guardia a los próximos que tiene previsto en su agenda. Ni ella se atreverá a soltarse sus raíces y puntas mientras negocia, ni tampoco habrá por parte de ellos ese machismo de aceptación por aceptar. Perdón, por el pelo. Todo esto tiene sus rejos e hijuelas: lo mejor es que Podemos, y los otros si quieren, manden a uno de sus inspectores para establecer cuándo el macho alfa es más allfa, incluso en los casos en que se agarra el lóbulo de la oreja con los dedos. Y a la inversa: cuándo una hembra se desliza por los derroteros de alentar ese machismo con comportamientos de cortejo o semicortejo, o bien con una extraña sutilidad que tienen por finalidad variar la correlación de fuerzas. Y no hemos hablado de erotismo.