Precavido y tímido anda uno por los vira y vuelta de los tribunales, pero desde la presunción y el derecho al martirologio, repicar que el asunto de Rato parece que va a dejar corta a la trama, evolución de la caspa que ha creado Podemos para descubrir los intestinos de España. Un montón de veces nos hemos preguntado cuál fue la razón por la que el PP repatrió al exministro de Economía desde su dacha de la presidencia del FMI sin acabar su mandato, dando por perdida una sabrosa plaza para la marca nacional. Pues parece ser, según las investigaciones, que lo hizo a los dos días de que le preguntaran por sus negocios con cuentas opacas. En homenaje a la transparencia, aquí, en el villorrio, no nos enteramos de nada. Hasta se llegó a pensar en una depresión por falta de acople geográfico y por soledad monetaria. Ni lo olisqueamos ni a nadie le pareció desmesurado que se le diese a su vuelta otra brillante ocupación: Bankia y su demolición. Rato es uno de los bluffs más gordos de la derecha española, que llegó a estar, incluso, en la terna dedocrática de José María Aznar para sucederle. Un camaleón que, frente al dispendio de principios del ala más derechona de su partido, llegó a ser considerado un pelín más liberal, tanto que corrió la especie -no sé si confirmada o no en las memorias de Trillo el trillado- de que berreó en un Consejo de Ministros contra la impopularidad que acarreaba al PP la alianza con Bush y la posterior invasión de Irak. Tanto es así que se le vio como un crítico que decidió irse al exilio dorado del FMI -con la anuencia del socialismo entrante de Zapatero-, una herramienta eficaz para tenerlo en reserva como el mirlo blanco de lo que esté por venir. Pero los egregios hacen y la codicia deshace: hasta en el FMI se dedicó a rebañar para su patrimonio: ¿explicará Rajoy si él sabía si su jefe en el FMI había sido aperibido por opacidad?