Podemos ha visto eficaz la guagua de los ultracatólicos de Hazme oír como herramienta de agitación y ha lanzado a la calle su propio vehículo, profusamente decorado con los rostros de los presuntos o condenados de mayor salero. Es la parte más bullanguera de la introducción de lo que llaman la trama, ahora por su motorización Tramabús, fundamento teórico que se adentra en el capitalismo de amiguetes -Cs prefiere llamarlo así- donde políticos, jueces, empresarios y banqueros tratan de amañar sus negocios o evadirse de sus responsabilidades judiciales con los menores daños posibles. Este populismo propagandístico elegido por Pablo Iglesias no invalida, en todo caso, la evidencia de que a este país le hace falta una revolución a la hora de afrontar de una vez por todas una separación inequívoca entre los intereses públicos y los privados. El PP puede cantar hasta Campanas de Vegueta para afirmar que nada ocurre en Chicago, pero lo cierto es que hasta el mismo presidente Rajoy va a tener que declarar sobre la relevante trama de financiación ilegal que afectó a su partido. Y un día antes nos enteramos de que un vicepresidente del Gobierno, Rodrigo Rato, se benefició de las privatizaciones durante su etapa con Aznar. Son hechos vertidos por fiscales y por la Guardia Civil. Otros, más interpretativos, corresponden al ámbito de la ética: como sucede con Felipe González y su incorporación a consejos de administración. Podemos considera por ello que su perfil debe estar en la carrocería de la guagua Tramabús. Desde el desgobierno del PSOE corresponde plantearse dónde están los límites en ingresos económicos para sus jarrones chinos. Los intereses particulares y el pago de favores han impedido que un tema tan cardinal llegue al BOE. Ha tenido que salir una guagua a contar cómo ha sido (¿y será?) la borrachera.
