La primera publicación sobre precipitación de agua procedente de la niebla realizada en Canarias data nada menos que de 1908. Desde entonces se han desarrollado otras interesantes y enriquecedoras investigaciones, pero de forma paralela se han sembrado mitos y afirmaciones carentes de las más esenciales reglas de comprobación.

Al calor de tamaña sinrazón se han otorgado premios, han surgido empresas, se han destinado recursos públicos a proyectos de dudosa utilidad y, cómo no, han aflorado vendehúmos. En todos los casos se ha sacado partido de un ámbito especialmente sensible para el Archipiélago, como es el de los recursos hídricos.

Recapitulemos. Fruto del matrimonio entre una poetisa y un médico palmero nacería, en el año 1860, el también médico Víctor Pérez González. Su interés por los vínculos entre el clima y la salud le llevó a publicar, en 1908, el que sería el primer trabajo sobre precipitación de agua procedente de la niebla. No se trataba de algo totalmente novedoso, toda vez que las crónicas de los conquistadores ya reflejaban cómo los primeros pobladores de El Hierro se aprovechaban del goteo de un til de gran porte: el árbol sagrado Garoé. Según se relata en dichas crónicas, se generaban unas "veinte botas de agua al día", cantidad suficiente para abastecer a "230 vezinos". Nos hallaríamos, por tanto, ante uno de los primeros diseños de obras hidráulicas prehispánicos que perseguían beneficiarse de las nubes que traían los vientos alisios.

A la investigación de Víctor Pérez la siguieron, en Tenerife, los trabajos de campo de los ingenieros de Montes Luis Ceballos y Francisco Ortuño. Pero el primer estudio científico exhaustivo sobre la precipitación horizontal lo llevaría a cabo el botánico alemán Franco Kämmer, en los bosques de laurisilva de Anaga, durante su visita a las Islas a finales de los años 60.

Hasta la fecha se ha experimentado un avance significativo en el conocimiento de la función que el mar de nubes podría desempañar en los bosques húmedos de laurisilva canarios, así como su posible aprovechamiento como recurso hídrico. Sin embargo, durante ese largo viaje de más de un siglo tras las primeras observaciones del médico Víctor Pérez, el cúmulo de información falsa ha ido en aumento. Baste para ello un mero pero contundente dato: una nube del tamaño de un piscina olímpica solo contiene un litro de agua líquida aprovechable, un volumen que nos puede ayudar a entender que la posible función de la niebla en la recarga del acuífero, o bien como fuente hídrica alternativa para los bosques de lauráceas endémicos de la Macaronesia, es, en el mejor de los casos, marginal, cuando no inexistente, y a día de hoy permanece como una hipótesis no confirmada.

Lo anterior, esto es, la evidencia científica, no ha impedido que tanto desde nuestras instituciones académicas como desde publicaciones científicas y de divulgación se sigan reforzando, de manera reiterada, falsas ideas, y obviando con ello lo que ya advirtió Kämmer en su artículo 43 años atrás: "La importancia de la precipitación de niebla para los distintos tipos de laurisilva no es tan significativa como se ha supuesto hasta ahora".

Una vez superada la euforia inicial quedarán los cadáveres, y aquellos que en su momento fueron calificados como visionarios y emprendedores pasarán a engrosar el listado de enemigos públicos. Mientras, habremos perdido un tiempo precioso para plantear qué función desempeña el mar de nubes en nuestros ecosistemas. Y es que la ciencia, siempre en transformación, no transita entre respuestas correctas, sino sobre un terreno pavimentado con las preguntas pertinentes. Para ese entonces, la niebla, siempre escurridiza, se nos habrá escapado entre los dedos.