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Javier Durán

RESETEANDO

Javier Durán

De rompedor a cadáver

U n conocido ya fallecido que pertenecía al tuétano de Santa Cruz se refería hace años a Miguel Zerolo desde el diminutivo Miguelito Zerolo. Y no era, en modo alguno, para empequeñecerlo ni para quitarle mérito, sino todo lo contrario: demostraba con tal contracción que existía una fraternidad grupal, un colegueo que los ponía a la misma altura, digamos que un conocimiento de quién cortaba el bacalao en una sociedad donde los apellidos tienen su peso en oro. Don Miguel no hubiese funcionado, en cambio Miguelito daba cuenta de una cercanía en todo, desde irse de copas a la firma de un contrato. Y seguro que ahora la retracción afinará hacia otros lares: será, aun si cabe, más cariñosa, apenada por ver sucumbir a uno de los suyos en un escándalo, por no haber podido liberarlo de la garras de la justicia, el fastidio de que pueda ir a la cárcel... La condena de siete años de presidio por el caso de Las Teresitas -todavía puede recurrirla- es un torpedo, la madre de todos los torpedos, a un concepto de la política que fraguó ATI, y que manejaron tinerfeños que bebieron de la UCD en los albores de las transición. Miguel o Miguelito Zerolo pertenece a la segunda generación, seguro que con menos escrúpulos y cortapisas que la inicial, más en un tono de patricios insulares conocedores de los límites. El alcalde y exsenador, sin embargo, no tuvo reparos en aquilatar un pelotazo con los empresarios del sanedrín tinerfeño y prevaricar para poner en marcha una operación urbanística que comprometía a las arcas municipales. Y pensar que en su época de consejero de Turismo en el Gobierno regional refulgía por otros asuntos no tan abisales: su campaña de las Islas Canarias en la Gran Muralla China o en la Plaza Roja de Moscú. Era un rompedor con una ambición descomunal. Ahora Miguelito es un cadáver.

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