Algo de culpa de que los adolescentes se dediquen a grabar con el móvil agresiones entre ellos con una claque tribal que grita "¡mátala, reviéntala!" la tienen, sin lugar a dudas, los que se cargaron la asignatura Educación para la Ciudadanía. A la vista de lo que ocurre en los patios de los colegios, donde florecen todo tipo de intolerancias, está más que claro que a los planes de estudio les hace falta un plus para que los alumnos en edad de combate tengan claro cuáles son sus derechos y los de sus compañeros, qué entraña la violencia frente al otro, por qué no se puede presionar al de al lado con una foto, por qué no se puede insultar, por qué no se debe acorralar hasta provocar el suicidio del tímido, cuáles son los juegos que te convierten en miembro de una secta... La posibilidad de enriquecer a los alumnos como individuos libres fue sesgada por un mix integrado por la Iglesia, el PP y asociaciones de padres que vieron en Educación para la Ciudadanía, aprobada por el gabinete de Zapatero, una asignatura que creaba una moral al gusto de los gobernantes, y a la manera de "los totalitarismos" que fomentan un hombre nuevo. Grosso modo fueron los mimbres de una campaña a la que dio la razón el ministro Wert, que borró la asignatura del mapa, no sin que antes Camps, en Valencia, la metiese en sus aulas en inglés, una burla por no permitírsele la objeción de conciencia. Sobresaltados por el vendaval que afecta al comportamiento de los adolescentes, donde cunde la idea del colegio sin ley, cabe preguntarse por la necesidad de volver a trabajar sobre la idea de la ciudadanía, del respeto al distinto, de la importancia de los valores. Creo que el argumentario de los que se opusieron a la materia ha sido superado por las circunstancias: es inaplazable levantar cortafuegos contra la fiera que está a punto de estallar.
