Compos sui, así definiría yo a un hombre de cincuenta años. Dueño de sí mismo. ¿Y por qué? Porque las mujeres estamos un poco cansadas, hartas, hastiadas, de los cuerpos duros y las mentes blandas.

De las prisas de juventud, corre para aquí, córrete por allá, y al final no sabes dónde ni con quién te andas corriendo. Los jóvenes tienen miedo de que se les arrugue el sexo. No sufran, no se arruga, gana experiencia.

Los jóvenes son mecha de volador en la cama, se encienden y se apagan a la misma velocidad. Se olvidan de que primero vienen los preparativos de la fiesta, los adornos. Que se anuncia poco a poco, se disfruta del baile, de la melodía que acompasa a dos cuerpo separados por el vello erizado de ambas pieles, y ya por último los fuegos artificiales, que duran más, que son dignos de admirar? Los voladores solo hacen ruido y asustan. Y las mujeres de hoy en día no queremos asustarnos.

Por eso merece la pena amar a un hombre de cincuenta, porque como dijo Augusto al lamentarse por la irreflexión de uno de sus comandantes: "Festina lente", apresúrate lentamente y llegarás antes a un trabajo bien hecho.

Un hombre de cincuenta es un soldado de la vida bien entrenado. Ha errado más veces de las que ha acertado, y este es su mejor tesoro. Ha aprendido qué sí y qué no. Suele ser un hombre paciente, la prisa por vivir se ha sosegado, se le ha calmado el ánimo y ahora, con la juventud acumulada, sabe disfrutar del dulce sin deshacerse de su envoltorio.

Con un hombre de cincuenta siempre te divertirás. Ya no tiene complejos, no quiere impresionar a nadie. Sabe reírse de sí mismo, así como es conocedor del gran atractivo que eso genera en una mujer. No mira si te sobran kilos o te falta pecho? Sabe que no se debe pedir pan si no se tiene dientes.

Un hombre de cincuenta ha tenido varias relaciones y ha aprendido de cada una de ellas. No es perfecto, pero tampoco pretende serlo, y doy por sentado que mienten menos, las mentiras que tenían que contar ya se quedaron en el camino de pasados fracasos.

Son sensibles, han desarrollado la capacidad de escuchar y de no hablar cuando saben que las mujeres lo interpretaremos a nuestro antojo.

Un hombre de cincuenta huele a café recién hecho con un toque de canela y tiene las manos de terciopelo. Sabe disfrutar de las cosas sencillas. Un paseo bajo la luz de la luna, una tertulia con amigos, una mirada que dice lo que no se atreve el corazón.

El hombre de cincuenta duerme poco y folla mucho. Y siempre se asegurará de que tú disfrutes. Ha cultivado muchos campos, algunos se han marchitado, otros han sido devastados por alguna plaga, así que ahora riega y mima la planta para que florezca, aunque en ello se le vaya la vida. Sembrará en el terreno de tu cuerpo un jardín de azahar y se sentará cada noche a admirarlo.

A esa edad se han caído las caretas, lo que ves es lo que hay. No son perfectos, insisto, ¿pero acaso no hay mayor perfección que la de quien no pretende serlo? Sé que muchos dirán que los jóvenes también tienen cientos de cualidades, y las tienen. Pero les sobra rapidez y les falta tiempo. Sé que otros muchos dirán que hay hombres de cincuenta que son eternos Peter Pan, y quizá los haya? Pero a pesar de todas las opiniones, que como sabores de chocolate hay, un hombre de cincuenta es el inicio del verso que arropa el sexo que no se arruga.