La lectura canaria del triunfo del sanchismo resulta bastante penosa. Porque en Canarias los militantes, en efecto, votaron ampliamente a favor de Pedro Sánchez, pero la inmensa mayoría de los cargos públicos o no lo hicieron o lo hicieron muy tibiamente. Si un rasgo define históricamente a la federación socialista canaria ha sido un seguidismo intachable a la dirección nacional. Cuando fue evidente que el experimento llamado CC había llegado para quedarse al escenario político-electoral del archipiélago, a mediados de los años noventa, se planteo la conveniencia de canarizar más la organización y reclamar mayor autonomía reglamentaria a Ferraz, incluso postulando un subgrupo propio en el Congreso y el Senado. Los timoneles decidieron, sin embargo, que nada de refundaciones, y que la popularidad de la marca PSOE constituía, precisamente, una garantía de supervivencia para el socialismo en Canarias. "Si CC quiere hacerse pasar por nacionalista, de acuerdo, pero nosotros no somos nacionalistas ni lo vamos a aparentar", me dijo una vez Juan Carlos Alemán. Quizás tenía razón.

Paradójicamente los cinco años y medio en el Gobierno autonómico, con José Miguel Pérez y Patricia Hernández como sucesivos vicepresidentes y aliados de CC, se saldaron con un desmoronamiento de la organización del PSC-PSOE en casi todo el país. El principal responsable del desaguisado fue Pérez, por supuesto, y su incapacidad congénita (y cargada de desdén) para la mediación, el diálogo interno y el liderazgo efectivo. Los conflictos se resolvieron con expulsiones disciplinarias y amputaciones innecesarias y brotaron las comisiones gestoras como champiñones. José Miguel Pérez remoloneó ante un Congreso Extraordinario y las dilaciones de la comisión gestora presidida por Javier Fernández para celebrar primarias y convocar el congreso federal han agravado la situación en Canarias, porque el partido lleva hecho jirones hace mucho. Sostener que en las islas existen sanchistas, susanistas y lopecistas organizados es una piadosa fantasía. No es que no haya cama para tanta gente: es que ni siquiera se encuentram sábanas disponibles. En el PSC lo que pululan son supervivientes en los que está calando el miedo al abismo. No niego que no sea gracioso ver a Gustavo Matos felicitándose por la victoria de Sánchez como un sanchista de toda la vida, cuando no asomó el tupé por ningún acto del flamante secretario general, o a Patricia Hernández encerrada en su mutismo susanista como Joyce se encerraba en su monólogo interior.

Todavía más hilarantes son las interpretaciones del triunfo de Pedro Sánchez en Canarias como un mandato inequívoco para preparar la revolución bolchevique, empezando, por supuesto, por una moción de censura en La Laguna, porque en Cuenca, Alicante o Badajoz los compañeros socialistas no pensaban en otra cosa al votar por Sánchez. Desnortado, fragmentado, atónito e inseguro, en esta ocasión el PSC le urge una refundación que comience con una reflexión abierta y rigurosa sobre los cambios que necesita un proyecto socialdemócrata y autonomista en Canarias, sin que nadie, ni los oportunistas internos ni los súbitos amigos interesados en el exterior, se atreva a hurtarle su propia agenda.