Venía un madrileño navegando desde Miami para Azores y Península con su recién adquirido barco de segunda mano en aquella ciudad. El yate era de ferro-cemento, por tal causa muy pesado y lento. Le acompañaban un grupo de amigos, no sé si en plan chárter o como tales; creo que eran de la misma ciudad.

Estaban entusiasmados y rebosantes de alegría ante la aventura marinera que iban a emprender, que luego contarían whisky en mano y gorra de avezados marinos a una atónita tertulia femenina en cualquier tasca o bar de la Gran Vía o aledaños. Me parece ver el panorama, una vez conocidos los hechos que a continuación narro.

Un día me llama para comunicarme que tenía una seria vía de agua. Le pregunté que por dónde era y me dijo que no la había podido descubrir. Sin entrar en más averiguaciones, inmediatamente llamé a otro barco español en la misma ruta y a tres días por detrás, y le pedí que se dirigiera en demanda del primero para acompañarlo y darle ánimos y seguridad con su presencia, o efectuar una evacuación en caso de que aquello fuera a mayores y no se pudiera controlar.

Pasan los días, se acerca el otro barco acompañante, y la vía de agua me manifiestan que sigue igual, por lo que el achique era diario.

No suelo pedir datos ni títulos sobre la persona o personas que navegan, pero normalmente, en la conversación cotidiana, detecto inmediatamente con quién hablo y percibo si está impuesto de lo que se trae entre manos; es algo que se llama "tablas", paulatinamente adivinas la capacidad marinera de tu interlocutor.

Algo mosqueado por tan insólito caso, le pregunto al patrón ya abiertamente qué experiencia tenía en navegación, dónde había navegado, en qué barcos y mares, etc. Le hice un poco diplomático y exhaustivo examen. Me confesó, ante mi enérgica insistencia, la verdad cruda y dura; con aire mohíno y contrito, bajando la voz y las ínfulas iniciales de sus días anteriores a la partida, que tenía muy poca experiencia y que ese era su primer viaje trasatlántico, que anteriormente había navegado en no sé qué pantano y que solía veranear en el Mediterráneo.

Me di cuenta enseguida de que estas personas necesitan mayor ayuda que las veteranas, pues cualquier pequeño incidente se les hace un mundo, no saben cómo resolverlo y el ánimo se les viene abajo inmediatamente.

Dispuesto ya a averiguar la causa de la vía de agua y el lugar de la misma, le pregunté de forma terminante que dijera qué cantidad más o menos le entraba por hora o por día y por dónde. Me respondió que le entraban unos diez litros al día, es decir, un balde de achique diario y por el eje del motor.

¡Apaga y vamos! Esa era la "vía" de agua que lo tenía asustado. Le manifesté que eso ni era vía de agua ni nada; era normal que al girar el eje le entrara una gotita, que no viene mal para la refrigeración del mismo, pero apretando un poco "una cosa" que hay en el mismo eje y que se llama prensa, podía eliminar la "vía" de agua de sus temores: así se hizo y dejó de cundir el pánico en la asombrada tripulación que creía tener por capitán a un competente navegante.

Pero la historia no acaba en este anodino suceso, según me contaron otros navegantes que se encontraban en Horta, Azores, a la llegada de este barco. Nada más bajar a tierra, los tripulantes calzaron por el "veterano" patrón y le estuvieron dando tortas hasta tirarlo al agua, entre exclamaciones de ¡"desgraciado nos has engañado! ¡Nos hemos jugado la vida poniéndola en tus manos, creyendo que veníamos con un experto y no tienes ni pajolera idea!", y bofetada va y bofetada viene. "Ignorante de mier-da, que no sabes ni lo que es una vía de agua". ¡Zas!, más ración de tortas. Era todo un espectáculo ver cómo la ira, el miedo y la tensión contenida y acumulada durante tantos días de viaje explotaba ahora de forma inconsciente e incontenible. ¡Tal cual lo presenciaron y me lo describieron los presentes de otros yates y nuestro corresponsal en aquel puerto!

Como es lógico, los acompañantes, después de tal disputa y enfrentamiento, no quisieron ni por asomo continuar viaje a España con semejante "navegante". En el primer avión que partió de Faial, salieron pitando rumbo a casa dejando solo y maltrecho al "experto" patrón, de quien nunca volví a tener noticias.

No creo que sea mal chico ni mucho menos; a veces las ansias de navegar y de tener una vivencia marinera de tal envergadura propician más el atrevimiento y la osadía que la sensatez y la prudencia. Hay muchos que han sido verdaderos autodidactas, pero se la han jugado solos o con su esposa, los conozco y tienen mi respeto y admiración, pero jamás y menos en sus iniciales aprendizajes, jugaron con la vida de amigos o extraños, que, confiados e ignorantes de su pericia marinera, pudieran haber sido invitados a navegar y menos en travesías de tal magnitud.