En mi grafómana juventud estaba muy interesado en si el PP se incorporaba o no al Gobierno de Canarias -porque la incorporación del PP al Gobierno de Canarias es una tradición que se convoca cada tres, cuatro o cinco años, como las subidas y bajadas de las vírgenes, las colonoscopias o la danza de los enanos- pero ahora no. Tal vez porque mi modesta experiencia me dicta que la incorporación del Partido Popular al Gobierno de Canarias jamás ha tenido ninguna importancia. ¿Alguien recuerda alguna aportación de la derecha aznárica o marianista a la gestión de la Comunidad autonómica? El PP jamás se ha preocupado por disponer de un programa político para estas ínsulas baratarias. De vez en cuando alguno de sus gerifaltes abre la boca para demandar o anunciar bajadas de impuestos, porque la panacea tributaria forma parte invariable de los sueños lúbricos de los conservadores. Frente a la imprescindible reforma fiscal que reclama el país oponen una bajada de impuestos generalizada que luego, por supuesto, no cumplen, como no lo ha hecho Rajoy en los últimos cuatro años mientras los autónomos y las pequeñas empresas siguen cociéndose en la hirviente salsa de su propia angustia. La presencia o ausencia del PP en los gobiernos autonómicos de Coalición Canaria solo afecta al PP y, por supuesto, a Coalición Canaria.

Exactamente al contrario de los que muchos postulan, a los coalicioneros les convendría mucho que el PP entrara en el Ejecutivo y a los conservadores debería interesarles no meter ni la punta de los pulgares en el Gobierno. Fernando Clavijo y sus compañeros tendrían que sacrificar la Vicepresidencia decorativa y tres consejerías, una de las cuales, por razones obvias, debería tener carácter horizontal: Presidencia, Economía o Hacienda. Un alto precio, por supuesto, pero una garantía de que el Partido Popular respaldaría parlamentariamente al gabinete, asegurando la estabilidad política e imposibilitando putaditas desagradables dentro o fuera de la Cámara regional. Los conservadores se sumergirían en un nuevo periodo de desidentificación al trasformarse, por enésima vez, en el azul cheslong donde CC sueña cómodamente su sueño de eternidad. Y eso es, exactamente, lo que le convendría evitar a Asier Antona, cuyo papel opositor consistiría en velar por la indescriptible generosidad presupuestaria de Rajoy -ajena, por supuesto, a su pordiosera urgencia de votos en el Congreso de los Diputados- y no dejar caer al Gobierno sin renunciar al sarcasmo, el desdén, las admoniciones y a la detonación de algunas ocasionales derrotas parlamentarias. Diferenciarse de CC, proyectar alguna suerte de alternativa liberaloide pero embutida en traje de mago, disponer de un discurso político autónomo, apoyar en lo fundamental pero discrepar con un punto de sadismo en muchas cosas accesorias y algunas que no lo son tanto puede ser, debería si no pretenden resignarse a una docena de diputados en el futuro inmediato, la praxis política del PP.