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Aula sin muros

Ser canario en un mundo global

Nos estrujamos la mente con sesudas frases de Academia, estudios y foros sobre el concepto de cultura de un pueblo cuando basta con observar lo que fuimos y somos en la historia de nuestro entorno isleño. Los antiguos habitantes de las Islas, antes de la Conquista y la cultura global que imponen, para bien y para mal, todos los imperios, sobrevivían con puñados de cereal, la leche y carne de cabras montaraces, burgados de la costa y una mínima tecnología, razones por las que no pudieron resistir a sus conquistadores y colonizadores continentales. Más tarde la habilidad de un cestero para ablandar las mimbres en el agua con los que luego fabricar, valiéndose solo de las manos, las cestas para sus diversos usos en el agro isleño o la habilidad del otro artesano de la madera, el carpintero, que hacía arados romanos con que los campesinos labraban, hasta ayer mismo, con mucho sudor y al solajero, tierras de secano, amarrando una yunta o un mulo al palo largo. También los cuentos y leyendas de abuelos y abuelas contados a familia y vecinos al calor de la lumbre en los inviernos crudos o los versos o las décimas cantadas en bailes vecinales acompañadas del furrungeo de una guitarra y el jaraneo en tardes de fiesta. Nada más original y primigenio para explicar el concepto de cultura que estos ejemplos por cuanto el origen etimológico de la palabra proviene de gente que hace unos 10.000 años abandonaron el nomadismo, se asentaron junto a un río o fértil valle y fundaron la agricultura. A partir de ese momento comenzó la economía del trueque, las tablillas de números, el alfabeto, la construcción de templos, bibliotecas y la música. De ahí que tenga sentido, la que creo es la mejor definición de Cultura. La del antropólogo Franz Boas para el que consiste en "la totalidad de los patrones de conducta, las artes, las creencias, las instituciones y todos los demás productos del trabajo y el pensamiento humano transmitidos socialmente". Por eso cultura, en sentido amplio, no es un sistema rígido, sino lo que tienen en común un conjunto de gentes en innovaciones tecnológicas y sociales que han ido creando un conjunto de signos a lo largo del tiempo.

Hoy, en un mundo global en el que, en lo económico, estamos acostumbrados a ver cómo, por parte de los grandes poderes, se privatizan las ganancias y se socializan las pérdidas, también se ha globalizado la cultura y con ello las costumbres y formas de vida de gente que vive en las antípodas de clima, geografía y distancia. Por lo que respecta a nuestro ambiente, de lo genuinamente canario queda muy poco. Quizá el deporte vernáculo de la lucha canaria, las exhibiciones del silbo gomero en los grandes eventos y demostraciones para el turismo de masas y, por supuesto, el gofio, redimido por la gran industria de afuera de ser una polenta para pobres. Pero si algo queda, en esa aldea global que, para el profesor Macluhan se ha convertido el mundo, es el habla con acento meloso del que escribe Alfonso Comín, y las expresiones trufadas de palabras y desinencias de la vieja Castilla, Inglaterra, el Caribe, Venezuela, Argentina e isla de Madeira que modelan una manera de ser isleño, hijo del Atlántico colonial, viajero por necesidad, intimista, reservado, parco en palabrerío a quien le molesta el hablar alto y engolado que parecen detentar aquellos que parece que nunca dudan. Y por supuesto el libro, ese tesoro olvidado del que ya es rara avis ver que alguien lee sentado en un parque en una cálida tarde de verano o de una guagua plagada de aparatejos pegados a las orejas sin percatarse, por parte de quienes los llevan, de lo que sucede a su alrededor y, vaya usted a saber, de si sus futuros descendientes nacerán con una precoz sordera que no podrá curar el mejor cirujano u otorrino. Ese libro del que predijo el catedrático de Harvard Juan Marichal sería "un nuevo género de equilibrio entre lo portuario y lo intraisleño: a hacer, en suma, la nueva conciencia canaria". Claro que contra este pronóstico están las redes, el plasma y la televisión imparable pandemia que puede arruinar la memoria de un pueblo que siempre debe tener presente de dónde viene para saber el destino que le espera.

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