La Provincia - Diario de Las Palmas

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contra viento y marea

La gorda de la ópera

Me temo que no soy nada original porque formo parte de esa inmensa mayoría de ciudadanos que en Europa asistieron perplejos a la elección de Donald Trump y que luego siguen su peripecia política con creciente preocupación. Churchill dijo que los americanos suelen tomar la decisión correcta... pero solo después de haber probado todas las demás alternativas y Trump parece darle la razón. Como solo acierta cuando rectifica y últimamente se ve forzado a hacerlo con frecuencia, a veces pienso que todavía hay esperanza. Pero con cada día que pasa vuelven las dudas porque es el peor enemigo de sí mismo. Sus repetidas mentiras (que ahora se llaman posverdades o "hechos alternativos") llenan páginas, escandalizan y movilizan a la prensa seria para decidir qué tratamiento darles. Napoleón decía que el amor propio es el peor consejero y tenía razón. A Trump le sobra, reflexiona poco, escucha menos, se pica por nada y gobierna a base de prontos, de impulsos y de corazonadas. Como un niño malcriado. Fue la pena que sintió al ver a otros niños sufriendo tras ser bombardeados con armas químicas lo que le de llevó a atacar la base siria responsable del crimen. Y el mundo le aplaudió porque nadie más reaccionaba y había que evitar que aquella barbaridad se repitiera. Le salió bien. Y quizás animado, decidió compartir con los rusos Lavrov (ministro de Exteriores) y Kislyak (embajador) información superconfidencial sobre el Estado Islámico que está solo al alcance de muy pocos. Tras negarlo sus colaboradores, el propio Trump ha acabado reconociéndolo. De comandante en jefe, Trump ha devenido en "filtrador en jefe". El escándalo es monumental porque ha puesto en peligro fuentes y métodos de espionaje y porque ningún servicio de Inteligencia serio dará información a los norteamericanos si piensa que éstos luego la van a difundir. Es un error que daña a la propia seguridad norteamericana. Y luego decidió destituir a James Comey, el director del FBI que en plena campaña electoral publicó informaciones que indignaron a los Demócratas sobre la investigación de los correos de Hillary Clinton, y que luego, cuando no encontró nada, cerró la investigación con gran enfado de los Republicanos. Los independientes no gustan a nadie. Dados estos antecedentes, Trump pensaba que su decisión la aplaudirían todos y se ha equivocado de nuevo. El director del FBI es nombrado por un período de diez años que siempre se había respetado con una sola excepción (por conducta inmoral) en tiempos de Bill Clinton. Y no ayudan a aclarar su decisión las confusas explicaciones que ha dado Trump, quien, tras referirse inicialmente a su comportamiento durante el caso de los correos de Hillary, acabó confesando que le echaba porque era un arrogante, porque la gente del FBI no le respetaba, porque no le gustaba lo que estaba investigando y porque no le podía soportar. Además le ha amenazado sugiriendo que podría haber grabado sus conversaciones y desde el Congreso ya le piden esas cintas. Por otra parte, el jefe interino del FBI, McCabe, ha dicho que Comey tenía todo el apoyo y respeto de sus subordinados. Comey estaba investigando la relación (más que probada) con Rusia de varios miembros del equipo Trump, como el fiscal general Jeff Sessions y el general Flynn, cesado de su cargo de consejero de Seguridad Nacional y que ha sido imputado. Aún es más grave porque Comey ha revelado que Trump le pidió que dejara de investigar ese asunto, lo que podría ser obstrucción de la justicia y ha llevado a James Clapper, director nacional de Inteligencia, a decir que siente que "nuestras instituciones están siendo asaltadas (también) desde dentro". Los Republicanos alegan que la destitución de Comey no tiene importancia porque ya hay comisiones de investigación en el Congreso y en el Senado. Pero no es lo mismo porque están dirigidas y controladas por miembros del partido Republicano que pueden no desear ir contra su presidente. La última noticia ha sido el nombramiento de un respetado antiguo jefe del FBI, Robert Mueller, como fiscal especial para dirigir la investigación mientras Trump se hace la víctima, habla de caza de brujas y dice que a Obama no le trataban así. ¡Pues naturalmente que no! De momento nada permite establecer una ligazón entre Donald Trump y la injerencia rusa en las elecciones con el doble objetivo de crear dudas sobre su legitimidad y de perjudicar a Hillary Clinton. Eso existió, no hay dudas. Pero en ningún lugar ha aparecido la "pistola humeante" de la colusión, esto es, de la concertación con los rusos para que el presidente fuera Donald Trump. Si apareciera, el proceso de impeachment o destitución sería inevitable y en círculos de Washington cada vez se oye hablar más de Nixon, de Watergate y de sus parecidos y diferencias. No caben más meteduras de pata en menos tiempo. En la Casa Blanca sobran drama y espectáculo y falta gestión seria. Pero la división de poderes funciona en los EE UU y el nombramiento de Mueller lo confirma, demostrando que todavía hay esperanza. A la mujer del César se le exigía ser honrada y parecerlo y hay que pensar que Trump también lo es, salvo que aparezca prueba en contrario. Lo malo es que cada día lo parece menos por exclusiva culpa suya y de sus decisiones. Como ésta de cesar al principal investigador de la trama. Veremos cómo sigue este culebrón, sin olvidar que, como se dice en la ópera, "la función no acaba hasta que la gorda se muere".

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