La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

PIEDRA LUNAR

El Andén Verde

Cuando el agrimensor de la Corte llegó a Gran Canaria en la segunda mitad del siglo XVIII para trazar las lindes territoriales de lo que luego serían los municipios, subió a las cumbres y desde allí determinó que casi todos los lugares (núcleos con parroquia) tuvieran salida al mar. La isla en su redondez quedó fragmentada como un queso, en porciones geológicas, de tal manera que el municipio de Artenara, con una cota de 1.777 msnm, en la Montaña de Los Moriscos, lava sus pies en la orilla de la costa, abajo por Las Arenas. En medio, quedó apresada una orografía abrupta, llena de ventanales y miradores pétreos que dominan el tremendo paisaje de barrancos y valles, y las grandes perspectivas que alcanzan la isla de Tenerife, con la majestuosidad del Teide recortada en el horizonte. El histórico pinar de Tamadaba quedó repartido entre Agaete y Artenara, y desde el pico más alto, en las vertientes de Tirma, las líneas divisorias, a diestra y siniestra, llegan hasta el mar. Es este ámbito un espléndido espacio de pinares que trepan o bajan, según se mire, las vírgenes laderas de El Vaquero y Faneque y se asoman a los encrespados basaltos de Tifaracás. El abismo del Andén Verde quedó atrapado en el terruño de Artenara, por donde, allá por los años cuarenta del siglo pasado, trazaron una carretera que, si en un principio fue la solución al secular aislamiento de La Aldea, con el tiempo se volvió infernal, como las dantescas calderas de la Divina Comedia. El Andén Verde pasó a ser un topónimo insular unido en su significado a múltiples sensaciones vitales, donde el hombre podía medir sus fuerzas tanto las visuales como las del equilibrio existencial y las del riesgo en sus andares. Ante esta expresión telúrica, donde el asombro tiene su mejor asiento, las actuales generaciones han pedido a gritos de tamboril un nuevo acceso al laborioso pueblo aldeano, que se ha concretado en un bien trazado túnel que, contrariamente a la vía hasta ahora existente, ofrece una gran serenidad mientras se avanza por su interior. La vieja carretera queda clausurada para los usuarios y el tremendo abismo vertical vuelve a recuperar la virginidad geológica de milenios. Ahora nos despedimos de este paisaje comunitario, que de forma progresiva se va alejando de nuestra memoria. Nos quedan dos testimonios escritos: uno, la obra del cronista Francisco Suárez Moreno, incansable investigador y hacedor de crónicas locales, quien relata con detalle las vicisitudes de este ex-tramo de acceso a su pueblo natal. También permanecerá el breve poemario Andén Verde (1982), de Agustín Millares Sall, una gavilla de poemas que obviamente no hacen referencia a este paisaje físico, sino que constituyen la simbolización de un camino de esperanza que implica la continuidad de la estirpe tras su adiós a la vida, y en el que leemos estos versos: "Vestido de verde o rojo / me he de arrojar al silencio". Sólo Dios y el viento habitarán nuestro Andén Verde.

Compartir el artículo

stats