La Provincia - Diario de Las Palmas

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Javier Durán

RESETEANDO

Javier Durán

años

No hay duda alguna: ¿qué es lo más desencadenante que ha ocurrido en la política de este país tras pasar cuarenta años desde las primeras elecciones? Con seguridad, el sobresalto más artero y bulímico es la corrupción. Ha sido la plaga, una nube de termitas que ha avanzado con precisión matemática para debilitar las estructuras de la democracia. ¿Se le puede llamar desencanto? Tampoco lo sé, quizás lo fue para aquellos candidatos de largas patillas y gafas de concha que se veían responsables de llevar a buen puerto la misión, y que vieron a unos recién llegados desembarazarse de la ética mientras hacían bolas de plastilina con el encanto de construir un país. ¿Y cuándo ocurrió? Es difícil saber cómo y cuándo se empezó a manchar el pañuelo blanco; cuándo la pronunciación de la palabra democracia, tan reluciente, cayó en el abrevadero en el que los cerdos hincaban su hocico marrano. En un momento de las cuatro décadas hubo una especie de levantamiento o golpe de mano a partir del cual se impusieron las maneras y pactos más corruptos que ahora rezuman por debajo de las puertas de los tribunales como un tornillo sin fin. Los protagonistas, tumbados en hamacas, hinchados de humo de puro, silueteados por la luz que entra en los consejos de administración, no tienen nada que celebrar, sino más bien mirarse al espejo y discutir consigo mismo sobre el desfiladero al que llegan las inmundicias y caen a chorros mezcladas con los lodos de sus salivaciones digestivas. Vale la pena poner en alto la siguiente leyenda: Se busca espacio suficiente para la celebración de un juicio a toda una generación que no lo vio, que no quiso decir nada o más bien que participó del festín. Lo mismo alguno se levanta y dice aquello tan famoso y tan de obediencia debida: "No sé de qué me habla. No he notado nada extraño en 40 años".

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