Han comenzado las negociaciones para un nuevo -en fin- pacto entre Coalición Canaria y el PP que terminará con la incorporación de los conservadores al Gobierno autonómico y ahí quiero ver fajadas a Guadalupe González Taño -secretaria de Organización coalicionera- y María Australia Navarro -de profesión sus estrictas advertencia defendiendo sus respectivos intereses pero, sobre todo, lo mejor para Canarias.

- Para Asier Antona, por supuesto, la Consejería de Economía o en su defecto la Consejería de Presidencia pero, sobre todo, exigimos que el vicepresidente cuente con una mochila de las mismas dimensiones que el señor Clavijo.

- Eso es una línea roja que no les conviene traspasar -tercia José Miguel Ruano amenazadoramente

- Para nosotros la mochila no es negociable.

- Seamos razonables. ¿Qué tal una mariconera? Te aseguro que soy ecuánime, María Australia, al decirte que a Asier le queda mucho mejor una mariconera?

- ¿Cabría en una mochila?

- Eso se puede estudiar?

Se insiste mucho en que el PP reclama Turismo, porque es una consejería resultona, y la evidencia de que CC la terminará cediendo es que ya puede encontrarse a mucha gente lamentando la nefasta gestión de María Teresa Lorenzo, es decir, tejiendo rápidamente la mortaja a la consejera. La obsesión por la Consejería de Turismo -a la que Clavijo, improvisando un rasgo de humor negro, añadió Cultura- es comprensible: se maneja mucha pasta, se está bajo los focos entre ferias y congresos, permite ampliar y consolidar relaciones con notables escualos empresariales. En cambio, reflexiones sobre la llamada industria turística del Archipiélago, ninguna. Fundamentalmente porque nadie es capaz de revelar una verdad elemental: el éxito futuro de la economía canaria depende, en buena parte, de huir inteligentemente del turismo como de una jaula de oro que frustra a largo plazo el desarrollo de una Canarias más próspera, más civilizada y más cohesionada social y territorialmente. El turismo fue una opción por eliminación: sin materias primas, sin industrias -salvo pequeños astilleros en los dos mayores puertos- y sin una mano de obra cualificada, la actividad turística, unida a la construcción y a los servicios auxiliares, fue el camino para acabar con la emigración y con el hambre. Pero una economía anclada en el turismo está condenada a una suerte de exuberancia empobrecedora a largo plazo El turismo conspira contra los empleos de calidad, contra la productividad, contra la formación y hasta contra la movilidad geográfica. Es precisamente por tener en el turismo -alicaída la construcción- la principal actividad económica por lo que este país crece económicamente, pero sin aumentar la productividad, creando un empleo insuficiente y de baja calidad, con un consumo limitado y unos jóvenes que intuyen que mejorar su empleabilidad (idiomas, ingenierías, innovación tecnológica) no les garantiza un empleo en las Islas.

El mandato estratégico debería dirigirse al diseño de una fuga paulatina e inteligente del turismo. Por supuesto no se trata de boicotearlo. Pero sí de cuestionar política y analísticamente la arcadia turística como un espejismo cada vez más peligrosos y buscar vías de escape hacia un modelo de crecimiento que permita a Canarias disponer de recursos e instrumentos en el contexto de la globalización económica.