La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

el análisis

Pobres por contrato

Le sonará a escena de sexo, pero lo de las "camas calientes" es más bien producto de la desesperación y un sinónimo de hacinamiento. Remite a la situación de dos o más personas alternándose en un mismo lecho, compartiendo por turnos la soledad de unas sábanas templadas horas antes por un cuerpo ajeno. Es la opción previa al balcón al raso, la colchoneta en un piso patera o el furgón en renta para echar unas horas de sueño entre peonadas. Pura supervivencia. Pero todo eso se oferta y se compra con tal de trabajar. A ras de ese suelo se sitúa el espanto en que se ha convertido el empeño por una paga que, ni que sea de boquilla, se cotiza muy por encima de lo que realmente resuelve. La dignidad no siempre (o cada vez más raramente) entra en los términos del contrato.

En las páginas inmobiliarias, en internet, hay miles de pisos disponibles en alquiler. Al invertir los parámetros de búsqueda descubrimos que la mayoría de quienes se ofrecen como inquilinos no pueden pagar ni la mitad de lo exigido y, difícilmente, tienen los recursos necesarios para asumir las tres y hasta cuatro cuotas que se llegan a reclamar de entrada. El intermediario, la agencia, con frecuencia ingresa el equivalente de una mensualidad por duplicado, es decir, se la abonan, íntegra, tanto el inquilino como el arrendador a la vez, en concepto de honorarios. Está permitido, pero también lo está que se juzgue esta práctica como un claro abuso.

El sistema, que en los años de la crisis desahució a los menos afortunados de la propiedad de una vivienda, los descabalga ahora de su alternativa. La especulación se ha desplazado de las hipotecas a los hogares en renta y ya no sabemos qué forma darle a este derecho universal. Otro, el del trabajo, flaquea a la par. Genera pobres con una nómina que no les llega para procurarse autonomía. La combinación de ambos fenómenos ha fabricado un cóctel perverso llamado precariedad. Y no hay tutelas suficientes para evitar que se expanda. O si las hay, no están dando resultado.

Que haya personas que renuncien a un empleo porque no tienen dónde vivir debería hacernos reflexionar a fondo. Tendríamos que analizar qué oscura codicia arraiga en el corazón de la sociedad y nos arrastra de una burbuja a otra, cuando todos sabemos que las burbujas son solo aire y que cuando explotan no dejan nada perdurable y sí, en cambio, una frustración infinita. Ni el derecho de la gente a mejorar su economía familiar mediante rentas justifica desequilibrios entre la oferta y la demanda como los que se están produciendo. La masificación turística es un resorte que lo aflora, pero por debajo asoma la responsabilidad individual. Hoy, alquilar un piso en algunas ciudades españolas es casi un 20% más caro que hace un año, y eso lo decide el mercado, es decir, nosotros.

Me viene a la cabeza una escena de película de los años 70, con personajes emigrados compartiendo mantel en una casa de huéspedes, y un Alfredo Landa arañando horas al sueño por un pluriempleo que le permite dormir en el sofá. Pedro Lazaga vistió este drama de tintes cómicos para exponer tres o cuatro clichés y una gran realidad; que la pobreza por contrato es una de las mayores formas de indignidad. Casi medio siglo después seremos más sofisticados, pero esa fotografía no ha perdido un ápice de su color. Claro que ahora, al menos, se crea empleo. Consuelo de tontos.

Compartir el artículo

stats