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Sirenas y tormentas de nieve

Supongo que ya no es necesario ser tan valiente e ingenioso como Ulises, que en su viaje de regreso a Ítaca tras la guerra de Troya, y prevenido por la maga Circe, logró resistir el irresistible canto de las sirenas gracias a que hizo que le ataran al mástil de su barco para no sucumbir a su mortal hechizo. Tampoco hace falta llevar al límite nuestro amor al arte como hizo el pintor Joseph Turner, de quien se cuenta que se ató al mástil de un velero para poder pintar con conocimiento de causa la fuerza del mar y la luz durante una tormenta de nieve. De acuerdo, seguro que la Odisea de Homero sería menos deslumbrante sin el inagotable ingenio de Ulises, y es probable que Tormenta de nieve, la maravillosa obra de Turner, no sería tan sublime si el pintor inglés se hubiera limitado a dejar pasar el tiempo sentado en el muelle de la bahía. Las series televisivas han conseguido que todos podamos ser Ulises y Turner sentados en los muelles del sofá.

La quinta temporada de House of Cards es el mástil al que nos atamos para escuchar el canto de la política sin que nos destruya el alma, y el mástil al que nos agarramos para ver cómo el mar y la luz del poder se transforman en un decorado fascinante de la condición humana. "El pueblo estadounidense no sabe lo que le conviene. Yo sí", dice Francis Underwood. Y oímos ese canto y nos estremecemos. Escuchamos al presidente Underwodd explicar la diferencia entre el bien y el mal y caemos rotos ante esa tormenta dialéctica que mezcla el más frío de los cinismos con la más cruel de las lógicas. Menos mal que estamos atados al mástil de House of Cards, y no remando en un barco al alcance de la voz de las sirenas y sometido a la fuerza de una tormenta. Menos mal que cuando Francis Underwood nos mira a los ojos no sabe que en realidad somos nosotros, los espectadores, quienes le miramos a él. Menos mal que nos queda House of Cards, que nos permite ser Ulises y Turner desde el sofá y sobrevivir a las sirenas y a las tormentas. Lo que luego nos pase por la cabeza cuando vemos el telediario ya es otra historia, otro viaje, otras sirenas y otras tormentas.

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