Los grancanarios tenemos muchos motivos para ser felices, dentro de lo que la vida nos pueda poner por delante. Playas maravillosas, que son un imán irresistible para millones de turistas; un clima reconocido como uno de los mejores del mundo y que invita a disfrutar de la naturaleza; nuestro carácter abierto, amable y servicial... aunque, por supuesto, imperfecto. Nadie es dueño de la perfección, no en vano somos seres humanos.

Y si atesoramos numerosas bondades en nuestra tierra, no lo es menos contar con un obispo como don Francisco Cases Andreu. Tengo la sensación de que no hemos sabido valorar su enorme dedicación. De su cercanía se desprende que está alejado completamente de cualquier actitud de jactancia o vanagloria.

Pero es que si ya le profesaba un profundo afecto por su imborrable sonrisa, su amabilidad y el cariño de sus palabras, mucho más afortunado me sentí de tenerlo entre nosotros cuando le vi el pasado domingo durante la confección de las hermosas alfombras del Corpus, en Vegueta.

Me llamó la atención agradablemente que hubiese mucha gente joven en la tarea. En el resultado se notaba el mimo y la dedicación de todos los que participaron. Y entre ellos, con una ilusión contagiosa y una amplia sonrisa, el obispo dirigía las operaciones para colocar la sal en su lugar correspondiente, y así, honrar el paso del señor del Corpus Christi.

Un domingo apacible para recordar y que no hace otra cosa que confirmar lo que ya sabía y he comprobado en múltiples ocasiones durante estos años, que la Diócesis de Canarias tiene al frente a un hombre bueno.