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Rubén Reja

El llanto de Portugal

La desgracia en forma de fuego se ha ensañado con la hermana Portugal. En esta ocasión, un maldito rayo ha desencadenado una de las mayores tragedias de un país que llora de impotencia y que exige responsabilidades. Un sentimiento que comparte con gran dolor Celia Fonseca.

Celia es una de los 5.000 portugueses que residen en Canarias y contempla con asombro y desde la lejanía el devastador fuego, que está a escasos 70 kilómetros de su pueblo natal. Celia, directora de marketing del Grupo Anfi, sigue al minuto la evolución de los acontecimientos con el alma en un puño.

Tiene dos tíos bomberos voluntarios que tratan de mitigar un incendio cuyos rescoldos tardarán en apagarse mucho tiempo. "Ha sido una desgracia que nos ha dejado abatidos", asegura Fonseca, quien no esconde su "preocupación" y su "admiración" por la labor altruista de miles de ciudadanos de a pie, que en su tiempo libre dejan lo que estén haciendo para ir a sofocar cualquier conato de incendio.

De hecho, Celia formó parte de la banda de música del cuerpo de bomberos voluntarios. "La conservación forestal y la prevención son básicos para evitar incendios", apunta Celia que no lo está pasando bien estos días. En su mirada se mezclan la tristeza y la preocupación. Aún se estremece al contemplar las imágenes de la que han pasado llamar carretera del infierno (N-236) y que abrasó la vida de más de 60 vidas.

El llanto de Portugal tardará en silenciarse, ya que se trata de la mayor tragedia con fallecidos en un solo fuego en el último cuarto de siglo en el mundo.

Un dato que arroja las dimensiones de un suceso que pone en entredicho la inoperancia y la alarmante falta de recursos del Gobierno luso para hacer frente a los incendios forestales. En el caso de España y por ende, Canarias, sobre todo por su especial orografía, las llamas han sido protagonistas a lo largo y ancho de su historia.

La desgracia lusa nos debe servir para reafirmar la importancia de invertir en prevención de incendios, mitigando los efectos de la despoblación y la desertización del campo; además de reforzar las plantillas dentándolas de estabilidad y recursos. En juego está no solo vidas humanas sino el legado de futuras generaciones.

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