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EL ANÁLISIS

El libro de los libros

Borges imaginó una biblioteca cuyos anaqueles guardaran todos los libros posibles. Una biblioteca universal en cuyos volúmenes estuvieran todas las combinaciones posibles de letras en todos los alfabetos del mundo. La idea la tomó prestada del matemático Kurt Lasswitz. Hoy que se habla tanto de inteligencia artificial, La biblioteca de Babel tiene más actualidad que nunca. Un texto breve y afinado que plantea las relaciones entre técnica y creación, tema clásico de la cábala. La combinación de las letras de la Torah, su permutación y manipulación, permite al cabalista obtener sus creaciones (al igual que las mezclas del químico en su tubo de ensayo). Las ruedas del Ars Magna de Ramón Llull son otro de los ejemplos clásicos de producción mecánica de significado mediante la combinación. Estas viejas aspiraciones pueden parecer ridículas, pero tienen una vigencia escalofriante. La obsesión del cabalista con la Torah nos dice algo que la crítica literaria sabe muy bien. Un texto, cualquier texto, no es agotable por la sencilla razón de que no siempre se lee de la misma manera. Encontrarlo en el momento adecuado (o inoportuno) puede ser acontecimiento (o ruina). El texto funciona como una malla que filtra las diferentes sensibilidades que lo ponen a funcionar.

La biblioteca imaginada por Borges y Lasswitz ya ha producido todos los libros posibles, todas las combinaciones, de modo que ya no se puede crear nada nuevo. En ella está escrita la fórmula para la vacuna del sida, los discursos de los futuros premios Nobel y su refutación, los métodos para combatir el cáncer, todos los twitts en todas las lenguas hasta el fin de los tiempos, la identidad de la Gioconda, cada uno de los movimientos del campeón mundial de ajedrez de 2050. Pero esa suposición limita la creación al ámbito de lo lingüístico (verbal o matemático). La mejor respuesta al desafío de la biblioteca la dio un poeta. Al leer transformamos las palabras en algo que no son palabras, de modo que un solo texto resulta ya inagotable. La pesadilla se desvanece cuando advertimos que entender una frase o un párrafo es convertirlo en algo que no son palabras: Las grafías asimiladas se transforman en algo que ya no pertenece a la biblioteca. "Les hablo y si han entendido mis palabras, esas mismas palabras están abolidas. Si han entendido, eso quiere decir que esas palabras han desaparecido de sus mentes, han sido sustituidas por una contrapartida, por imágenes, relaciones, impulsiones". Para Paul Valéry, "comprender consiste en la sustitución más o menos rápida de un sistema de sonidos, de duraciones y de signos por una cosa muy distinta, que es en suma una modificación o una reorganización interior de la persona a la que se habla". Una reorganización interior, ese es el efecto inmediato de la lectura. El lenguaje puede producir un efecto que anule el propio lenguaje, tiene la capacidad de desvanecerse a sí mismo. Ahora podemos ver el infinito espurio de la biblioteca (el infinito no es ninguna acumulación de cosas). La comprensión es la abolición misma de las palabras y su sustitución por imágenes, relaciones, impulsos o lo que sea.

Dentro de esa biblioteca imaginaria, continúa Borges, podremos encontrar un libro que sea síntesis y compendio de todos los demás, el "Libro de los libros". Aquel que recorra sus páginas conocerá todo lo que hay que saber. Pues bien, la Enciclopedia de obras de Filosofía, editada por Franco Volpi, se parece a esa clase de libro que imaginó Borges. Tiene ese celo alejandrino del libro que habla de libros que ya intentó el Patriarca de Constantinopla, Focio El Grande (820-893), con su obra Diez Mil libros (Myriobiblos), una colección de resúmenes en 280 capítulos de obras antiguas y modernas, gracias a la cual conocemos trabajos perdidos de Ptolomeo Queno, Arrio y Diodoro de Sicilia, y que llevaría a su máxima expresión Pierre Bayle con su Dictionnaire historique et critique, publicado en Rotterdam en 1695. Volpi, profesor de Filosofía de la Universidad de Padua, especialista en Nietzsche y Schopenhauer, ha editado también jugosas conversaciones con Hoffman (inventor del ácido) y Jünger (al que entrevistó ya centenario y vivía retirado en la Alta Suabia), recoge en su enciclopedia citas y compendios de las principales obras de la historia del pensamiento universal. Una de las grandes virtudes de Volpi es que está curado del prejuicio hegeliano de limitar la Filosofía a Occidente, prejuicio que el propio Hegel corregiría al ver las traducciones del sánscrito de Colebrooke. Lamentablemente, en el recuerdo del consciente colectivo quedó el prejuicio y no la enmienda. Los tres volúmenes vienen a ser el registro de la "biblioteca ideal" del filósofo. La edición española, magníficamente publicada por Herder, no es una simple traducción sino más bien una reelaboración y puesta al día de la primera edición alemana, publicada en Stuttgart en 1999, alentada y guiada por Raimund Herder y traducida con esmero por Raúl Gabás y Antoni Martínez-Riu. Los colaboradores, alrededor de 300, todos especialistas de renombre, han puesto un empeño especial en que la redacción sea clara y precisa. La edición española tiene 90 autores nuevos, destaca en ella la presencia de numerosos pensadores hispanohablantes: Miguel Servet, Luis Vives, Luis de Molina, Octavio Paz, Laín Entralgo, Julián Marías, Aranguren, Zubiri, Eugenio d´Ors, Giner de los Ríos, García Morente, García Bacca, Ortega y Gasset, Unamuno, Zambrano o Nicolás Gómez Dávila. Como se comprueba en la lista precedente, el concepto de "obra filosófica" toma aquí un sentido amplio, incluyendo todos aquellos trabajos que reflejan la experiencia del pensamiento, sin importar la disciplina a la que pertenecen, ya sean antropologías, historia de la ciencia o de las religiones, novelas, epistolarios, confesiones, fragmentos, diálogos o poemas (encontramos a Cervantes, Quevedo o Novalis entre los "filósofos"). También a Schrodinger, Bohr o Maturana. Aunque la enciclopedia se centra en la tradición occidental, también se incluyen otras tradiciones de pensamiento como la árabe, la judía, la rusa, la india, la china y la japonesa, quedando al margen (lógicamente y por desgracia) los pensadores que no dejaron nada escrito como Buda, Tales, Sócrates o Jesús el Galileo.

Además de los consagrados Hume, Spinoza, Descartes, Schopenhauer, Hegel, Kant o Wittgenstein, en las páginas de este "Libro de libros" encontraremos a heterodoxos como el esotérico René Guenón, el místico Angelus Silesius, el incendiario Heráclito, creyentes como Ignacio de Loyola y escépticos como Montaigne, emboscados como Ernst Jünger, estetas de vocación religiosa como Kierkegaard, dialoguistas del amor como León Hebreo o Novalis, glosas de la antigua sabiduría china de Confucio o del Zhuanzi, filósofos árabes como Averroes, tántricos como Abhinavagupta, lógicos indios como Aksapada Gautama, místicos luteranos como el zapatero Böhme, historiadores como Ibn Jaldun o Toynbee, exploradores del más allá como Swedenborg, o del más acá como Humboldt, filósofos del samkhya como Isvarakrsna, confesiones de Agustín de Hipona o de Rousseau, carmelitas como Juan de la Cruz, alquimistas como Paracelso o Newton, humanistas neoplatónicos como Ficino, budistas como Nagarjuna o Vasubandhu, enciclopedistas como Pierre Bayle, críticos literarios como Roland Barthes, ritualistas brahmanes como Badarayana, teólogos como Brentano o Bruno, historiadores de las ideas como Dilthey o de los filósofos como Diógenes Laercio. Obras insólitas como El Tao de la física o el Quijote, obras de Quevedo, obras antisistema de Chomsky o contra la existencia de Ciorán, estudiosos del mito como Dumezil, antropólogos como Durkheim, psicoanalistas como Freud o Jung, semióticos como Eco, físicos creativos como Einstein, historiadores de las religiones como Eliade, o de las ciencias como Kuhn o el controvertido Feyerabend. Toda una fiesta del conocimiento.

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