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REFLEXIÓN

Ser de izquierdas

Ser de izquierdas no es sólo definir un predicado, es algo infinitamente mayor, dónde va a parar. Muy distinto a "ser de derechas" que casi, ¡ay este casi!, no llega a la calidad metafísica de la siniestra. En esta España, la de ahora y la de siempre, el alinearse con los de la bandera roja parece que contrae un acuerdo ontológico con la sustancia de las cosas. De ahí que los señoritos de la derecha hayan sido, por lo regular, frívolos o superficiales, en todo caso irreverentes con las verdades de la vida. En la vieja literatura, la presentación del hombre de derechas, conforme a la edad del protagonista, bascula entre la estampa del estúpido imberbe, tan repleto de prejuicios como vacío de moral, y el "señor de orden", resabiado conocedor de los entresijos de la existencia. Sin embargo, la democracia, quién lo iba a decir, está modificando los arquetipos tradicionales sobre los que se reconocen las ideologías.

Aquella superioridad, distintiva del ser de izquierdas, emanada de una fuerte convicción ética, se está resquebrajando de una manera tan radical como aquella otra inferioridad del hombre de derechas frente a la realidad social. El reciente congreso socialista, que reivindicaba precisamente eso, el recuperar la verdadera izquierda, sólo ha demostrado lo que ya se venía vaticinando desde tiempo ha, el declive de unos valores supuestamente esenciales. El no es no de primera hora luego fue el sí es sí, la otrora nobleza de los fundadores del PSOE se trastocó definitivamente en las "urnas escondidas" ante el ataque feroz del aparato de Rubalcaba y González, el "me pensaré si seguir en el partido" de alguna que otra baronía territorial dio paso a la silente disciplina de última hora. En esto estriba el ser de izquierdas en la actualidad: pensar y decir una cosa y hacer justamente la contraria. Qué lejos quedan aquellos días, perdidos en las sombras del ayer, en los que el hombre de izquierdas si por algo llamaba la atención era por su inquebrantable coherencia. Hoy asistimos a este triste momento en el que es sustituida por un fingimiento más que descarado -la impostada obediencia de los susanistas a nadie engaña-, por la probada escuela del tacticismo y, cómo no, por una irrefrenable hipocresía, transmutada en principal valor de una izquierda sorprendida de sí misma. Qué caprichosas son las enseñanzas de lo real y verdadero. El socialismo ha venido a dar en lo opuesto de lo que defendía. Los valores del pasado son la vergüenza de hogaño, el espejo de la madrastra que acusa desde el otro lado, el de la desaparecida coherencia. Ya no se recatan los de la "nueva izquierda" y asaltan lo que, en principio, nunca fue suyo. Oyendo a la flamante Presidenta del PSOE, la señora Cristina Narbona, el ser de izquierdas significaría defender a capa y espada la libertad, un valor que, si no provocaba su desprecio, sí alimentaba un odio visceral hacia la derecha. ¿Que si hay conclusión? Claro, y sin género de dudas, el ser un demócrata de derechas reclama para sí el puesto dejado por el rival, y además con orgullo. Qué menos, visto lo visto.

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