La oposición conservadora en el Cabildo de Gran Canaria se equivoca en su afán de lancear a Antonio Morales como un incumplidor confeso. En la campaña electoral el PP combinó la ridiculización de las propuestas programáticas de Morales con advertencias sobre sus aterradoras ambiciones totalitarias. Cuando se firmó el tripartito entre Nueva Canarias, el PSC-PSOE y Podemos Felipe Afonso El Jaber proclamó ya al borde de la desesperación que la conspiración comunista y judeomasónica estaba a punto de confiscar todos los asaderos de las Islas para acto seguido imponer el racionamiento de la carne de cochino. No porque falten cochinos, sino porque los rojos son así: incapaces de respetar al cochino, al contribuyente, a la patria. El PP, en definitiva, debería estar más contento que irritado por el supuesto incumplimiento del programa de gobierno por Morales y su equipo. En todo caso ese curioso anhelo del PP, el deseo avasallador de que Morales ponga de una vez todo patas arriba, debería apoyarse en la paciencia. El PP ha controlado el Cabildo durante lustros e imponer el caos, es decir, un nuevo caos, el caos de izquierda, lleva su tiempo.

Por el momento Morales lo está consiguiendo. Para empezar, por supuesto, entre sus objetivos reformistas no está la propia corporación insular, aunque una reforma urgente y estructural del Cabildo de Gran Canaria como maquinaria técnico-administrativa sería imprescindible para desarrollar cualquier otra. Si uno intuye que la gestión de Morales no está encaminada hacia el éxito es porque los modelos de intervención pública que impulsa -fruto de sus respetables convicciones políticas e ideológicas- ya no operan (no alcanzan estándares mínimos de eficacia y eficiencia) en una sociedad como la grancanaria en este milenio achicharrante. La proliferación de planes y programas, la confianza casi irrestricta en los estímulos y apoyos de la administración pública no obtiene resultados precisamente halagüeños. Por supuesto, Antonio Morales, al igual que hacen los restantes cabildos, el Gobierno autonómico o hasta los ayuntamientos, se adjudica la benemérita responsabilidad, al menos en una parte sustancial, sobre la mejoría de los indicadores de crecimiento económico y comercial y de la creación de puestos de trabajo. Pero eso es pura fantasía. Es la economía la que se mueve, no los cabildos o ayuntamientos los que la agitan como se mece un manzano para que caiga la fruta. Ese es un problema básico de la izquierda, y de la izquierda en todas partes, no en solo en la isla de Gran Canaria. Las viejas fórmulas no funcionan aunque gracias a ciertos derechos cívicos (a esos estabilizadores sociales que son las jubilaciones y las prestaciones por desempleo) no se fractura la cohesión social. Lo malo para el PP es que, frente a las insuficiencias de Morales y su retórica, solo cuenta con volver al pasado. Y sin un José Manuel Soria que echarse a la boca. Ni siquiera con un Bravo de Laguna que poner como elegante cilantro en el plato.