La Provincia - Diario de Las Palmas

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tropezones

Mendicidad

Comentábamos el otro día mi buen amigo G.D. y yo la masiva irrupción de mendigos ocasionada en los últimos años en Escandinavia, y muy particularmente en Suecia. Al no estar prevista una legislación específica, se ha producido una verdadera invasión de mendicantes procedente de países más pobres de la Unión Europea llegando a sembrar alarma social y hasta sospechas de posibles actuaciones de mafias extranjeras de lavado de dinero.

Pero lo que me dio que pensar fue un comentario casual de mi amigo, viajero incansable por los cinco continentes, en el sentido de que la mendicidad es un fenómeno característico de Europa, que él no había podido apreciar en ningún país, ni siquiera en Asia, pese a la patente pobreza imperante en países como por ejemplo Vietnam o Camboya.

Al rebatirle que en la India son legión los pordioseros me aclara que se limitan a las categorías de tullidos, ciegos o minusválidos en general, que los que pueden valerse por sí mismos no mendigan, sino que son emprendedores, que venden algún producto, o ejercen cualquier actividad, ya sea encantadores de serpientes o fakires.

Aún coincidiendo con su análisis, y prescindiendo de la evidencia que el que tiende sobre un pañuelo unos cuantos higos secos para la venta roza ya lo mendicante, no tuve más remedio que darle la razón, pues los pordioseros de la zona europea suelen ser asimismo europeos. Vienen de los países más desfavorecidos de la Unión, beneficiándose de la libre circulación de bienes y personas. Por el contrario, pongamos los africanos, no vemos que se aposten en una esquina tendiendo la mano, sino que nos ofrecen máscaras de ébano de su tierra, o extienden sus productos sobre la manta que en caso de visita de los municipales recogerán en un gesto desenvuelto y largamente practicado, saliendo escopetados hacia otros mercados menos vigilados.

Pero admitiendo, con las reservas y excepciones de rigor, que esta sea la situación, viene la pregunta automática; ¿y eso porqué?

Y aquí lo único que acertábamos a elucubrar es que tal vez el estado de bienestar del que con razón presume Europa esté en el origen de una actitud, que viene a ser la de tomar por descontada la obligación del prójimo de aliviar las miserias y carencias de sus semejantes. Sin descartar el hondo arraigo de la tradición cristiana de Occidente y sus imperativos de ejercicio de la caridad, con su esperanzador corolario de una compensación en el más allá, la socorrida letanía del mendigo: "Dios se lo pagará".

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