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REFLEXIÓN

Gilipollazgo

Opatronazgo de gilipolleces. Cada vez más frecuente. Ya saben cómo funciona. Un prejuicio se convierte en ideología (esa pretensión de explicar la totalidad del mundo o gobernarlo al antojo de uno) y la ideología en trágala o imposición, normalmente con algún dispendio a costa del contribuyente. Uno de los últimos es el combate contra el manspreading, el espernancamientu o despatarre masculino en los medios de transporte públicos.

Según sus detractores, ese llamemos vicio masculino consiste en que muchos varones, al sentarse en los medios de transporte, abren sus piernas, de modo que vendrían a ocupar dos asientos. No se ve por qué han de ser únicamente los hombres los objetos de estas campañas contra estas actitudes: quien coloca en la silla de al lado su gabardina, su bolso, sus libros? ocupa también dos asientos, y violenta asimismo a quien desea sentarse allí, obligándolo a preguntar si el asiento obviamente vacío está ocupado o haciéndole emplear otras formas más o menos corteses que, en todo caso, implican una cierta incomodidad para quien pregunta, no para quien ocupa.

Pero si indagamos con más atención, observamos que no es esa la causa última, la razón de esa campaña contra el espernancamientu masculino. Discurso y campaña vienen, evidentemente, de grupos feministas -inicialmente estadounidenses-, particularmente de los especializados en las cuestiones de paños y telas, digo, de género: ese abrirse de patas masculino se realizaría como una exhibición de poderío masculino, al modo en que el pavo extiende su cola, con lo que vendría a constituir una agresión hacia las mujeres. ¡En fin!, cada uno ve lo que quiere ver, pero díganme ustedes, cuando la mujer con faldas o minifaldas se despatarra en los asientos, ¿es eso entonces feminismo, al modo como lo del varón es machismo?, ¿trata de realizar con ello una llamada sexual? Sea como sea, aquí lo hemos comprado rápidamente, lo han expandido las redes y algún ayuntamiento ya corre con el patronazgo de la gilipollez.

Patronato han encontrado también las censuras contra Amancio Ortega en determinadas asociaciones de usuarios y profesionales relacionadas con la sanidad pública. Como saben, el industrial ha donado 320 millones para aparatos de última generación destinados a la detección y tratamiento del cáncer. La donación se hace efectiva a través de convenios con las distintas autonomías, que señalan qué aparatos desean y dónde se han de instalar (el convenio, por cierto, en Asturias, se ha firmado en abril, ¡y ya habido seca desde entonces!, aunque muchos se hayan enterado ahora, cuando chillan fuera: como siempre).

Algunos de los argumentos de los que se oponen son, en principio, razonables, pero contradictorios. Afirman, por ejemplo, que no va a haber personal para manejar los nuevos medios; pero ellos mismos reclaman permanentemente más personal y medios para la sanidad pública. Argumentan que los actuales aparatos ya producen intervenciones innecesarias, precisamente por su acuidad exploratoria, con lo que los nuevos, con más acuidad, producirían más. Es posible, pero lo que es innegable es que, al mismo tiempo, detectarían más casos ciertos y con más anticipación.

Pero cuando se atiende un poco más, se percibe con claridad que el único argumento de fondo es uno: Amancio Ortega. Que si no paga bastantes impuestos, que pague más. Que explota a los niños del tercer mundo. Que la sanidad pública solo debe ser asistida con el dinero de los impuestos (nuestros, por supuesto). Que su dinero es como una limosna, y, por lo tanto, una especie de humillación? Y uno cree percibir en todo ello una traslación de aquel "Fuera yanquis vuestras sucias manos de nuestra América", donde "nuestra América" es ahora la sanidad pública, y los "yanquis"?

En fin, otra vez, el prejuicio, la ideología y el trágala: usted haga las cosas como yo digo, que son las únicas aceptables. Y el dinero póngalo usted también.

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