Por una respuesta parlamentaria del PP a una pregunta del PSOE me he enterado de que el PP compró hace unos años un ingenio mecánico conocido con el sobrenombre de camión-botijo por los policías. Pese a la millonada -casi 400.000 euros- que costó el engendro para repeler manifestantes con agua, todavía no ha tenido uso. Se pude pensar en un error de estrategia en el calibre de la política antidisturbios por parte del exministro Fernández Díaz, piloto de la costosa adquisición. Quizás pensó que el podemismo iba a tomar la calles de Madrid, y que como consecuencia de ello se iban a lanzar cócteles molotov contra el Congreso de los Diputados. O bien creyó en una inversión de futuro de cara al proceso de autodeterminación de Cataluña. Cualquiera sabe. Lo cierto es que el medio mecánico lleva unos 30 meses en hibernación. Ya le advirtió la oposición al PP que semejante compra no sólo era una barbaridad sino que devolvía al país a un etapa pretérita en la que los grises hacían acto de presencia con máquinas semejantes, aunque de ingeniería más débil. Hablando en términos de potencia, seguro que el chorro de ahora tendría una capacidad disuasiva más perfecta, y no sabemos si más corrosiva en cuanto al choque del elemento agua con el cuerpo humano. Todo ello es más que probable que lo pusiese el oscuro exministro sobre la mesa, incluso sus ventajas frente al pelotazo capaz de mutilar un ojo. El mamotreto ha hecho algunas salidas a la búsqueda de algún blanco satisfactorio, como así fue en Ceuta donde su motor estuvo a punto de rugir con motivo de las avalanchas de inmigrantes, humildes de peso corporal ínfimo que hubiesen volado por los aires con el chorro. El problema es qué hacer con el camión-botijo: en Interior piensan que llegarán tiempos mejores, y otros creen que está ideal para el baldeo nocturno de calles.
