La Provincia - Diario de Las Palmas

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PIEDRA LUNAR

El paisaje como problema

Cuando hablamos de paisaje a efectos de una sencilla reflexión debemos de situarnos en el plano adecuado ya que sus múltiples acepciones nos pueden llevar a un laberinto insalvable: paisajes del alma (poética subjetiva y espiritual); paisaje geográfico (agrario, urbano); paisaje medioambiental (natural, rural, protegido). Estas clasificaciones pueden quedar solapadas o ampliarse de manera específica. Aquí y ahora partimos de la consideración del paisaje como patrimonio intangible o entidad democrática en tanto su uso y disfrute es común y a todos nos pertenece como referencia de nuestra cosmovisión más inmediata. Ello convierte esa naturaleza espontánea en un valor casi sacrosanto por lo que a todos obliga su conservación. En Gran Canaria, la protección de los bosques fue regulada desde los años inmediatos a la conquista (Real Cédula "Defensa de las riquezas y montes de la isla", de 1506). Sin embargo, en el seno de la sociedad, y sobre todo en las comunidades agrarias y rurales, surge la dicotomía del uso frente a la conservación. La pugna entre ganaderos y agricultores, los incendios y las talas del bosque constituyen un amplio capítulo en los siglos del Antiguo Régimen. No obstante, en los últimos decenios, al amparo del ecologismo y de los movimientos surgidos bajo su beatífico paraguas, se ha generado un discurso que ha hecho bascular la concepción de la relación del hombre con el medio, unas veces con acierto y otras con menor mesura. Y eso se ha convertido en generador de tensiones sociales. Valgan dos ejemplos que se han puesto en evidencia en las últimas semanas. Hagamos un poco de historia. Hace 75 años, el Cabildo abrió la carretera de Tamadaba, que más tarde continuó hasta el viejo Campamento, y que a raíz de su apertura fue asfaltada y reparada en otras dos ocasiones. Ello permitía acceder con facilidad a la zona de ocio de la Fuente del Reventón. Hace seis años comenzó su deterioro motivado por las raíces de los pinos, de tal manera que un tramo de 300 metros quedó impracticable. Una auténtica barrera para adentrarse en aquellos ámbitos del pinar. Tanto la carretera como un camino de tierra tienen su prolongación hasta el veril del Llano de la Mimbre. Desde allí, paisajes insólitos: Faneque, Agaete, el rugido del mar en la rompiente, el Teide en la lejanía... Sensaciones y puestas de sol indescriptibles. Ahora (¡por fin!), los técnicos y políticos han oído las quejas y se ha reasfaltado el corto tramo. Sin embargo, el griterío ecologista se ha alzado como severo aviso de destrucción. Igual sucede con los proyectados miradores en diversos puntos de las cumbres. ¿Saben ustedes para qué sirve un mirador? Pues para acotar el movimiento y los riesgos de los usuarios en una naturaleza incontrolable. Existen en los parques nacionales del Teide, de Monfragüe (Cáceres) o de Noruega. Así se fomenta la ecología de la recreación y el uso pedagógico y democrático del paisaje.

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