Esto se pone apasionante. Mientras el nuevo fiscal jefe Anticorrupción tomaba posesión en el Tribunal Supremo unos chorizos atracaban su domicilio y se llevaban una colección de 18 relojes y 900 euros. No se sabe bien si el botín era para despistar, o los cacos más bien buscaban alguna rebanada de la Púnica, Gürtel o Lezo, operaciones todas ellas en las que Alejandro Luzón va a tener bastante que decir u ordenar. A lo mejor uno se adelanta y piensa en blanco y negro, y lo único que ha ocurrido es que los intrépidos cacos se personaron en el domicilio del fiscal como en la casa de cualquier hijo de vecino pudiente: a ver qué se podían echar a la buchanga. Y lo hicieron con el método del resbalón, o sea pasaron por el cierre una tarjeta de crédito o una radiografía, y para adentro. España ya es un país sumamente valleinclanesco. El fiscal no ha tenido ni tiempo para calentar con el culo la piel de su sillón, ni para emitir una mísera resolución contra los vándalos que esquilman las arcas públicas, y va una supuesta banda de ladrones y se hace con las joyas y el dinerillo que uno siempre tiene a mano para imprevistos. Suena a serial de intriga política delicuencial. Vamos, lo que estamos cansados de ver desde que Nixon existió y otros repiten hasta la saciedad. ¿Habrán puesto algún dispositivo en la casa del Fiscal Anticorrupción? ¿Buscaban alguna carpeta con papeles comprometedores? ¿Se le ha mandado un aviso en toda regla sobre lo que algunos son capaces de hacer? ¿Se ha hecho una demostración sobre lo vulnerable que resulta en este país la seguridad de la alta judicatura? O quizás sea el típico robo en una zona elegante de Madrid al olvidarse la asistenta de pasar la llave al abandonar el penetrable hogar de Luzón. Uno se queda anonadado con estos sucesos y con otros. Hay que estar abierto a cualquier posibilidad, igual que con la corrupción.
