No piensen que se me ha reblandescido el cerebro por culpa del calor o por la ansiedad vacacional, aunque algo tiene que ver lo último con la falta de motivación para hilar una idea con la que me sienta satisfecho y adquiera debido a ello la condición de artículo. No lo he conseguido con nada de lo que se me ha ocurrido, con lo cual este espacio no viene a ser otra cosa que una estafa periodística, o "un artefacto", como dicen los semióticos. Sólo puedo desgranar ideas que he desechado una detrás de otra: unas me han parecido una banalidad. Otras dejaban entrever el desarrollo de un proyecto imposible de abarcar en este espacio. Y un último grupo lo di por imposible al considerar que solo eran manifestaciones colaterales de mi obsesiones personales, nada interesantes para los lectores e innecesarias por dar a conocer aspectos de mi personalidad nada atrayentes. Esta especie de búsqueda de un tema de impacto dominical, capaz de competir con la toalla, el bronceador y la cañita, me sumió en una frustración dura de roer: aceptar la insignificancia de la voluntad. Pese al esfuerzo, finalmente se instala alrededor de uno la percepción de que no hay nada que transmitir, de que soy absolutamente prescindible en un día de asueto y que los chutes de vanidad que me he ido administrando no sirven para nada. No sé si las cosas hubiesen sido diferentes con un artículo que tocase dos asuntos capitales:

1) ¿Como recuperar la raya del pantalón sin pasar por la tintorería ni usar la plancha?

2) ¿Por qué después de practicar el sexo entran ganas de comer algo dulce?

No sé contestar a ninguna de las dos cuestiones, por lo que no tengo posibilidad alguna de acceder al elenco de materias que destrozan la estadísticas de visitas digitales. No hay nada más peligroso en esta época que ser un columnista que no engancha con una serie de demandas, o que resulta solemne en exceso, casi como si fuese el encargado de una funeraria donde hay una maquilladora de grandes ojeras. Y digo otros dos ejemplos:

1) Las negociaciones de Asier Antona y Fernando Clavijo para la entrada del PP en el Gobierno de Canarias.

2) Una prospectiva de un futuro ejecutivo nacional a través de la experiencia PSOE-Podemos en Castilla-La Mancha.

La elección de qué va a mandar en un artículo de opinión no debería ser noticia, ni ocupar un espacio del periódico. Debería ser algo invisible: a nadie le interesan los tiras y aflojas que el opinador tiene a sus espaldas, y menos si tiene joroba o escoliosis. Al principio me atrajo un hecho berlanguiano -me encantan- que paso a resumir, pero que mandé a la papelera por considerar que no interesaba. Y lo mismo cometía un error:

1) Un teniente coronel de la Guardia Civil acumuló de 2010 a 2016 todo un catálogo de medallas sin moverse de su oficina. Y lo espasmódico es que las condecoraciones eran por actos de valor incompatibles, claro está, con estar sentado en un despacho.

Ahora que lo he expuesto de una manera sucinta me ha venido la necesidad de darle mayor abundancia. Pero no puedo seguir. ¿Imagínense que borro todo lo que he escrito aquí? Sería otro fracaso más, y sobre todo el deseo fallido de que ustedes conocieran algo de la trastienda. Julio Camba decía: "El articulista es algo así como el avestruz".