Es evidente que junto al desarrollo del Puerto de La Luz fueron naciendo en sus inmediaciones una serie de establecimientos que daban comida y bebida a los naturales del lugar y a los marinos que arribaban con sus barcos. En este sentido, el que alcanzó la primera gloria fue el Mesón de Rosarito en el siglo XIX, muy cerca del emplazamiento de la ermita de Nuestra Señora de La Luz. Al decir de Don Domingo J. Navarro en Recuerdos de un Noventon, allí se mataba el hambre "con una buena cazuela de pescado, escabeches, pan, vino y una taza de café".
Con el paso del tiempo y al abrigo de las aguas de la bahía fueron surgiendo otros bochinches o ventorrillos que sentaron cátedra en el arte culinario y que están en nuestra memoria. En este sentido no podemos olvidar a los bares que despachaban pulpos asados como fue el caso de Ramón en pleno Sanapú, en el barrio de El Refugio, y que se conocía como el Bandido, templo de los cambulloneros donde jugaban a la zanga o al subastado a las cartas mientras esperaban su barco.
Si nos acercamos a La Puntilla de nuestra playa de Las Canteras allí funcionó un establecimiento conocido como Los Pescaditos, regentado por Domingo Sánchez, un antiguo boxeador que despachaba una morena frita, rala de gofio y vino por cinco pesetas de entonces, a mediados del siglo pasado. Tampoco podemos olvidar los restaurantes de Toledo y Las Norias en la calle Sagasta, que tuvieron su fama antes del aluvión del turismo nórdico y la ensaladilla rusa y los rebozados de pescado en El Rayo de la calle Ripoche, a la salida del matiné infantil en el cine cercano. Para rematar la faena había que pasear por el Parque de Santa Catalina y contemplar en el restaurante El Guanche del popular Ramón a mitad del siglo XX, donde se congregaban consignatarios, armadores, comerciantes portuarios y vistas del Puerto Franco para saborear cerveza o whisky con soda, acompañados de calamares a la romana y la tortilla de jamón. Eran el sabor de otro tiempo.
