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El dedo y la piedra

Los técnicos de la Federación Internacional del Automóvil (FIA) han fijado en dos décimas el tiempo mínimo de reacción de un ser humano delante de un semáforo. Dos décimas. Por eso, las dos décimas y una milésima que empleó el piloto Valtteri Bottas en salir en el GP de Austria fueron extraordinarias, pero legales. Casi inhumanas, pero humanas al fin y al cabo. ¿Cuál es el tiempo mínimo de reacción ante una pareja que se da cita en First Dates? Dos décimas me parece mucho. ¿Cuál el tiempo mínimo de reacción ante la banalidad de Supervivientes o el horror metafísico de ver a Bigote Arrocet sometido al test de Risto? No sé, pero seguro que las dos décimas de Bottas le convierten en un lentorro. Y, sin embargo, las citas existen, los supervivientes existen y Bigote Arrocet existe.

En la tercera temporada de Fargo, la jefa de policía de Eden Valley Gloria Burgle sospecha, en un poderoso arranque existencialista, que en realidad no existe, pero Winnie López, policía de St. Cloud, se limita a empujarla con el dedo para convencerla de que existir, lo que se dice existir, sí existe. Samuel Johnson ya lo había hecho cuando decidió refutar la filosofía inmaterialista de George Berkeley dando una patada a una roca. Podemos huir de Fisrt Dates, de Supevivientes y de Bigote Arrocet empleando un tiempo que deja en ridículo a un piloto de Fórmula 1, pero eso no quiere decir que las citas grimosas, la supervivencia cutre y el famosillo exprimido no existan porque lo cierto es que no sólo existen sino que están ahí, a un golpe del dedo en el mando a distancia o a un tiro de piedra de los documentales de La 2. Eso es lo inquietante. Hagamos lo que hagamos y sea cual sea nuestro tiempo de reacción en la Fórmula 1 televisiva, Winnie López y el escritor Samuel Johnson nos recordarán que el dedo y la piedra son lo que nos separa de una realidad tan tozuda como esa crisis (su nombre correcto es estafa) que los papeles, estadísticas y discursos de Rajoy dan por superada. Por cierto, el dedo y la piedra también nos devuelven a la realidad después del baño inmaterialista al que nos somete cada día el telediario de la tele pública.

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