En algún momento, entre el jueves y ayer, el nonato acuerdo entre CC y PP entró de nuevo en vía muerta. Lo hizo básica (aunque no exclusivamente) porque los coalicioneros, o tal vez más exactamente el presidente Fernando Clavijo se hartaron de las estúpidas medidas de presión de Asier Antona para cerrar de una vez el pacto de gobierno sin ceder ni un ápice en sus pretensiones. La última ocurrencia coercitiva de Antona consistió en anunciar que los conservadores presentarán enmiendas al proyecto de ley de crédito extraordinario, 60 millones cuyo destino ya había señalado el Ejecutivo: educación, sanidad y gasto farmacéutico. Sin embargo, María Australia Navarro se descolgó con referencias poco menos que nigrománticas a "viajes y conferencias" para pretextar una enmienda sustantiva al proyecto gubernamental.

Fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de Clavijo, sin contar con que algunos afirman temerosamente que el vaso de la paciencia del presidente es más parecido a un dedal que a una jarra de cerveza. La situación está tan estancada, en fin, que se espera la llegada de la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, quien aprovechará una visita como ministra de Defensa para detenerse unas horas en las islas. Le deshollinará el cerebro a Antona y convencerá a Clavijo de que serán socios leales y ella misma estampará su rúbrica en el documento del pacto.

Porque, en definitiva, CC ha cedido en casi todo ante el PP. La derecha marianista nunca dejaría prosperar una moción de censura contra Clavijo, al menos mientras acuda al Congreso de los Diputados Ana Oramas, pero soportar otros dos años con apenas 18 diputados, sometidos a innumerables zancadillas y putaditas asfixiantes desde todos los grupos parlamentarios, tendría un impacto devastador. Así que adelante: Obras Públicas, Presidencia, Turismo y Agricultura y Pesca. Se me antoja que el precio político que el presidente deberá metabolizar por estas concesiones no ha sido calibrado correctamente por el equipo médico habitual del jefe de Gobierno. Cuando uno confía en la resignación de los suyos para vaticinar tu propia tranquilidad no está evitando un problema, sino creándolo. Por el momento los rumores que advierten que el área de Cultura quedaría en manos del PP resultan asombrosos. En su cuarto de siglo al frente de la Comunidad autonómica CC -como ocurre con todas las fuerzas nacionalistas- se ha reservado invariablemente la política cultural. La inverosímil estupidez de dejar a disposición de los conservadores las políticas culturales se agrava cuando algunas voces espantadas insisten en que la Viceconsejería de Cultura estaría ocupada por Josefa Luzardo, algo equivalente a poner al frente de un laboratorio neurológico a un enfermo de Alzheimer. En medio de sus terribles e interminables trabajos, fatigas y preocupaciones deberían reflexionar un minuto y recordar que son, o pretende ser, una organización nacionalista, y abandonar la política cultural como si fuera un solar carente de interés solo demostraría que se han olvidado de sí mismos en algún despacho enmoquetado, como quien olvida una bufanda, una postal, un desagradable olor corporal. La cultura para el PP en los despachos y los presupuestos y para la oposición de izquierdas en el Parlamento y en la calle. Una jugada maestra.