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ZIGURAT

Venezuela a oscuras

Muchos canarios tenemos aún familia en Venezuela; algunos de ellos llegaron a La Guaira en las primeras décadas del siglo pasado y después en los años cincuenta, donde se mezclaban los que iban a hacer fortuna y los exiliados políticos del régimen franquista. Por Caracas pasaron escritores, pintores, escultores que todos conocemos y que dejaron su huella en el país de los llanos.

A pesar del avispero en las calles de Caracas y otras ciudades importantes, una parte importante de venezolanos, en el país y en el extranjero se acercó a las urnas para pedir un cambio en la política de Maduro. Aunque nos toque de cerca es aventurado precisar las causas del gran deterioro institucional que sufre el estado en todos los sectores de la vida pública: medios de comunicación, Asamblea constituyente, Poder judicial, industria petrolera y un empobrecimiento de la concepción democrática y civil.

Aquella frase que se repetía cuando se discutía la política de otros países "que lo arreglen entre ellos", no se concreta en una ciudadanía que por una parte vio en Chávez una especie de elegido para la revolución y así lo hicieron notar en las urnas y por otra parte, el cansancio que ha producido el abusivo desempeño del poder por Maduro quitándose de en medio a los que estorbaban una revolución impoluta, como la que pretendieron.

Los siete millones de votos recogidos en las cajas de cartón repartidas por todo el estado demuestra a las claras que se necesita un cambio de rumbo, cambio que se debe producir con diálogo y consenso sobre las políticas a seguir. Bien es cierto que las injerencias extrajeras en la región enrocan más aún al régimen, al que por ahora le van quedando países que despertaron a un tiempo de una época oscura y en ocasiones criminal. Bolivia, Brasil, Ecuador, Perú emprendieron caminos donde por primera vez los indígenas, que en algunas naciones son mayoría, desempeñan o desempeñaron tareas de gobierno.

Las mediaciones de Zapatero, del Vaticano, de Cuba, de Colombia, no han dado los resultados esperados y la fractura de la sociedad es cada vez más profunda. Por otra parte, la política exterior venezolana se apuntala con Irán, con China o con Cuba, como garantes de una revolución que quiere mantener el poder a toda costa.

El peligro inminente es una guerra civil echada al monte y la selva, donde ya han enseñado su propósito en las manifestaciones o en la aparición estelar del piloto del helicóptero que ametralló el Tribunal de justicia. Y es que el mesianismo concebido como polo liberador se ha convertido en una prédica del demagogo de turno, salvador de la patria y preñado de la estela de Bolívar.

Las imágenes que nos envían los parientes que tenemos en Venezuela no dejan dudas de lo que está ocurriendo, de los más de cien muertos en las concentraciones, de las agresiones a los diputados de la asamblea, o el desabastecimiento de alimentos básicos, hacen del país un escenario peligroso donde es urgente una vía diplomática y de diálogo sincero que reconozca los valores, tanto de la revolución, como de las políticas que no están de acuerdo con ella. Maduro no es ni de lejos Chávez y puede ocurrir que los militares estén cansados en sus acuartelamientos asistiendo impávidos a la desmembración de la sociedad venezolana.

Ahora, cuando parece que la paz se ha impuesto como la mejor solución en casos recientes como Colombia, o más pretéritos como El Salvador, Nicaragua o Guatemala, también se puede imponer una vuelta a las armas de guerrillas que se tirarían al monte como salvadores de la patria, pero no hay más salvación que el diálogo y la paz. Lo demás está sobradamente estudiado y denostado como para volver a repetirlo.

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