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VIRTUALARIO

Habitación 500

Siempre he intentado huir del isloteñismo, término que entiendo como esa actitud poco reflexiva y nada ilustrada de los que defienden "lo nuestro" por el mero hecho de ser "de nosotros" como única y reverenciada virtud. Esto es lo que pretendo en lo racional, pero reconozco que hay veces que me puede el amor patrio, me pongo sentimental y acabo asumiendo que no hay tenique como mi tenique.

Estas dos actitudes tiran de mí como el diablillo y el angelito en una caricatura sobre el bien y el mal, y van modelando mi forma de ver las cosas de la Isla. Me he metido en esta disquisición, pido disculpas, mientras le daba vueltas a lo que ya para mí he bautizado como la habitación 500, uno de los elementos de la campaña arqueológica en el yacimiento La Fortaleza difundidos esta semana por el Cabildo de Gran Canaria.

Según lo expuesto por el arqueólogo Marcos Moreno, La Fortaleza (en Santa Lucía de Tirajana, sureste de Gran Canaria, a 600 metros sobre el mar) estuvo ocupada por primitivos canarios entre los siglos V y XV. Es decir, más o menos entre los tiempos de Atila y los del descubrimiento de América.

Los hallazgos descritos dan alas a la imaginación. La loca de la casa, que dijo Santa Teresa, puede hacer filigranas con la aparición de unos gorgojos centenarios que conservan hasta las patas, lo cual significa, según leo, que nadie los ha pisado, es decir, que están muertos pero intactos. También puede hacer primores con una punta de ballesta, un arma que -y transcribo- "solo se usó entre los siglos XIII y XVI" , o con las lentejas prehispanas que quieren estudiar en Suecia.

Pese a lo anterior hay que subrayar -faltaría más-, que la importancia de todo esto es científica. Doy por hecho que los hallazgos son extraordinarias fuentes de información, peldaños decisivos para avanzar en la confección del puzle, pero si estoy escribiendo este artículo es por el flechazo que me produjo la idea de la habitación 500.

Se trata de un habitáculo que ha permanecido sellado durante varios siglos -se apuntan 500 años en una de las crónicas periodísticas-, y cuya apertura es uno de los objetivos de la próxima campaña arqueológica. Abrir esa puerta será como cruzar el dintel de una máquina del tiempo o atravesar un agujero de gusano para llegar a un instante concreto en la historia de la humanidad, que tuvo lugar en un punto remoto de una remota isla tal vez mientras caía Roma o moría el inglés Enrique VIII. Si se piensa bien, el viaje es extraordinario.

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