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OBSERVATORIO

Manchester frente a Bataclan

Ya he dicho en estas páginas que Mortal y rosa, de Francisco Umbral, me parece el libro más hermoso escrito en castellano sobre la pérdida de un ser querido. Umbral lo escribió a raíz de la muerte de su hijo de siete años a causa de una leucemia. Si alguien ha sabido contar el dolor de una pérdida así, ha sido Umbral: "Los días se desprenden de mi cuerpo como la carne de los leprosos", escribió sobre su duelo.

Dice el diario francés Liberation que la literatura del duelo ya es un género en Francia. Esto sorprende habida cuenta de la lejanía de nuestra sociedad occidental al estoicismo y a la resignación y la apuesta por las relaciones emocionales poco comprometidas.

En esta última semana he visto dos películas y he leído un texto fascinante sobre el duelo por la muerte de un ser querido.

Jackie (2016) es una película del chileno Pablo Larraín protagonizada por Natalie Portman que recuerda los días siguientes al asesinato de JFK en Dallas en 1963. La cinta se centra en la preparación del funeral y las dolorosas reflexiones de la viuda sobre lo sucedido. No es una buena película. El tema elegido se confunde con otros hilos argumentales y la introspección de la protagonista resulta plana y predecible.

Sí que es un gran película Manchester frente al mar (2016), dirigida por Keith Lonnergan y protagonizada por Casey Affleck. Rodada en la población portuaria del mismo nombre, en el estado de Massachussets (USA), cuenta la terrible pérdida que supone para un matrimonio joven la muerte de sus tres hijos en un incendio del que el padre bebido (Affleck) es el responsable. El duelo junto a la culpa y el remordimiento dejan un hombre a la deriva, un hombre que sabe que ya no habrá redención posible para él pero que así y todo sigue viviendo. La inexpresividad del protagonista, su esclerosis emocional son un impagable reflejo del peso de la culpa y el dolor. La película, extremadamente contenida, tiene un poderío emocional inusitado y rezuma un callado optimismo.

Pero el gran descubrimiento sobre el tema ha sido el libro del joven periodista francés Antoine Leiris, de 34 años, titulado No tendréis mi odio (Península, 2016), escrito a los tres días del atentado islamista en la sala Bataclan de París, el 13 de noviembre de 2015, donde murieron 89 asistentes a un concierto, entre ellos Heléne, esposa de Antoine, que tenía 35 años. Eran un matrimonio feliz que criaba un hijo, Melvil, de 17 meses. No tendréis mi odio puede que sea uno de los libros más hermosos escritos en el siglo XXI. Sus 50 primeras páginas no desmerecen para nada a las que Umbral plasmó en Mortal y rosa con la diferencia de que Leiris lo escribió sin apenas meditación y durante las siestas de su hijo huérfano. Escribe Leiris en la portada: "El viernes por la noche le robasteis la vida a una ser excepcional, el amor de mi vida, la madre de mi hijo, pero no tendréis mi odio".

Leiris publicó casi todo su libro en Facebook. La primera entrega fue el 16 de noviembre de 2015 y se convirtió en un éxito tal que al día siguiente apareció en la portada de Le Monde.

Todos sus escritos estallan en un París desolado por la masacre cargados de emotividad y de angustia.

El libro arranca cuando Leiris se entera de que Bataclan ha sido tiroteado y recuerda que su esposa está allí. Se va en su busca, alucinado: "Las farolas se encienden. La noche avanza. Cada luz supone una etapa más hacia la hipnosis. Mi cuerpo ya no me pertenece. Mi mente está en la carretera. Incluso cuando ya no había hospitales donde buscar seguíamos adelante. Necesitaba escapar..." Esa noche, la de los atentados, Leiris acaba sin saber nada sobre su esposa. Leiris comienza a pasear entre el amor y la muerte, entre el daño colectivo del que emerge su tragedia personal. El día después, el 14-N, a las 20 horas, escribe: "Melvil espe-ra a que su madre vuelva antes de irse a la cama. La espera es un sentimiento que carece de nombre. (?) También yo espero. Una sentencia. Varios hombres furibundos han dejado oír su veredicto a tiros de armas automáticas. Para nosotros, será a cadena perpetua. Suena el teléfono. Es la hermana de Hèléne: Antoine? lo siento mucho?" El 15-N, Melvil está inquieto: "Echa de menos a su madre, nunca se había separado de él más de una noche. Melvil solo dice tres palabras pero lo entiende todo. Lo es- trecho contra mi cuerpo, para que me sienta, me comprenda. Quiero que oiga mi voz contar-le mi pena. Me vengo abajo, le explico como puedo que su mamá no podrá volver, que no es culpa suya, que ha tenido un accidente y que no volverá. Llora como no le he visto llorar. Se trata de su primer dolor, la primera vez que está triste de verdad".

Así sigue la narración que culmina en la morgue de un hospital parisino con el encuentro del marido con su esposa acribillada a balazos por los que se dicen representantes de una civilización que lleva 500 años sin producir más que barbarie. Cada página de este libro es un jirón arrancado al alma, un aluvión de lágrimas que empañan la lectura, una rebelión del amor entre dos seres humanos contra la realidad que los separa.

Me resulta llamativa la precisión quirúrgica con la que Leiris esquiva a los equipos de atención psicológica, esa mediocre e impostada aportación de las disciplinas "psi" a la gestión de las catástrofes. Así se explica mientras se esconde de los chalecos amarillos que les delatan: "Quieren arrebatarme mi desdicha, aplicarle un bálsamo de fórmulas estereotipadas para devolvérmela desnaturalizada, sin poesía, sin belleza, insípida". No son pocas las ocasiones en las que un servidor siente profunda vergüenza de las imposturas del gremio al que pertenece. Esta es una de ellas. La atención indiscriminada a las víctimas en estas situaciones es una usurpación del dolor ajeno que roza la yatrogenia. No tenemos competencia para dar lecciones a quienes tienen a sus muertos delante. Ante este tipo de situaciones me lleno de un rechazo fieramente humano. Me rebelo contra el dolor arrebatado, manoseado y regurgitado a los dolientes que no han podido huir a tiempo.

El libro avanza rápido hacia el final. El funeral y la visita de Melvil de la mano de su padre a la tumba de su madre. El más entrañable encuentro que jamás se ha descrito entre tres personas faltando una de ellas.

El trabajo de Leiris es de gran valor técnico, un libro breve y fluido, pero además es un monumento al valor y al coraje de ser hombre. Cuando a Leiris le preguntan si no se expone demasiado, contesta que no: "Eligiendo lo que cuento, me protejo. La gente no sabe apenas nada de mí, de mis hechos, solo de mis emociones". Y tiene muy claro que escribe para superar el dolor a través de la creación: "Escribir no cura, pero enriquece el dolor", afirma.

Entre la resignación y la resiliencia, Leiris apuesta por esta última: "La resignación es aceptar sin más que no pue- des hacer nada. Pero yo quiero reconstruirme. La resiliencia implica dejar que fluyan las emociones, aceptar el trauma, la rabia, la pena y el miedo. Y busco en mí los recursos para reconstruirme". Hasta la fecha de hoy Antoine solo ha efectuado una pregunta a un psiquiatra infantil: "¿Cómo hago para explicar a Melvil lo sucedido?" El psiquiatra le respondió: "Espera a saber antes qué preguntas te hace".

"Habéis perdido. Por supuesto que estoy devastado por el dolor, os concedo esa victoria pequeña, de corta duración. De hecho, ya no puedo dedicaros más tiempo porque he de reunirme con Melvil, que despierta de la siesta. Apenas tie-ne diecisiete meses, se tomará la merienda como todos los días, luego jugaremos como todos los días y a lo largo de toda su vida ese niño os hará la afrenta de ser feliz y libre. Porque no, tampoco tendréis su odio". Así concluye su faena Antoine Leiris, recordando a los asesinos que, como en el viejo tango, "sus ojos se cerraron pero el mundo siguió andando". Y que sí, que pueden quedarse con la carne, que es rosa y mortal, como explicó Pedro Salinas. Pero nunca ganarán la vida.

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