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OBSERVATORIO

Hablando de salarios

Según la oficina europea de estadística, Eurostat, Finlandia y España tienen el dudoso honor de ser los únicos dos países de la UE a 28, donde los salarios no se incrementaron durante el primer trimestre de este año, en comparación con el mismo periodo de 2016. Los salarios españoles están estancados.

Quizá por ello, Fátima Báñez, Ministra de Empleo y Seguridad Social, declaraba, a principios de este mes, que ya "es el momento de que la subida de salarios en España se acompase al ritmo de crecimiento del empleo". Al mismo tiempo, recordaba que el empleo está creciendo a una tasa anual del 3 por ciento, y lanzaba un mensaje a los interlocutores sociales (deberíamos entender que lo hacía a la patronal dado que es seguro que los sindicatos estarán de acuerdo si el incremento es en los términos apuntados por la ministra) para que suscriban un pacto que oriente la revisión salarial de 2017. Cabe recordar que ya estamos en el segundo semestre y que ese hipotético pacto está pendiente de acuerdo.

No obstante, es razonable recordar a la señora Báñez que uno de sus compañeros de consejo de ministros, el de Hacienda y Función Pública, es el principal "empleador" de este país y que la revisión salarial que impone, a través de los presupuestos generales del Estado, es una guía importante para el resto de las actualizaciones de las rentas del trabajo. Pero el señor Montoro no parece coincidir con su colega, y por eso ha establecido una revisión salarial para los funcionarios públicos, en 2017, del 1 por ciento, y todo apunta a que repetirá ese mismo porcentaje para 2018. De los pensionistas, con su raquítico 0,25 por ciento, mejor ni hablamos.

Los sindicatos están defendiendo un incremento salarial para este año del 3 por ciento, lo que permitiría recuperar en torno a un punto porcentual del poder adquisitivo perdido, en el supuesto de que se cumpla la actual previsión de inflación del 2 por ciento.

Es difícil compartir el entusiasmo de los gestores públicos de nuestra economía respecto a la evolución del mercado de trabajo. Es cierto que se están creando muchos puestos de trabajo, pero ¿qué tipo de empleos genera nuestra economía? Frente a la opinión de la ministra, en el sentido de que estamos viviendo un momento de recuperación económica integradora, la realidad se impone. La temporalidad contra la que, supuestamente, pretendía luchar su reforma laboral, no ha hecho más que crecer y se mantiene en niveles muy elevados. Así no podremos ser más productivos, que es de lo que se trata, y la desigualdad no dejará de incrementarse.

La miremos como la miremos, la reforma laboral del gobierno sólo está incrementando la dualidad de la sociedad, precarizando hasta niveles insospechados el mercado de trabajo, tanto en lo que se refiere a las retribuciones que perciben los trabajadores, como a las condiciones que se les imponen.

Pero es que, además, quienes han analizado de forma más rigurosa las mejoras en la competitividad de la economía española, han demostrado que la reforma laboral de 2012 ha tenido una influencia muy limitada (porque la mejora de competitividad se había iniciado antes), como limitado ha sido el peso que la misma ha tenido para impulsar el crecimiento de la economía española a partir de 2013. Éste tiene mucho más que ver con factores externos, como el cambio de la política monetaria del Banco Central Europeo, una cierta relajación de las exigencias de la Comisión Europea respecto a la austeridad presupuestaria o la evolución de los precios del petróleo. Incluso, en el momento presente, que se están revisando al alza las previsiones de crecimiento para 2017, el principal factor condicionante es la mejora de la economía de nuestros socios europeos, que son el principal destino de las exportaciones españolas.

Quienes pretendan buscar factores condicionantes del crecimiento de la productividad y, por tanto, de la economía, del empleo de calidad y de los salarios, que empiecen a mirar más a las limitaciones que imponen el tamaño de nuestras empresas y la calidad de su gestión, que a las rigideces del mercado laboral.

También es necesario cambiar el foco sobre el papel de los salarios en la economía. Desde la revolución neoconservadora protagonizada, a nivel político, por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, con la sustitución de las políticas de demanda por las de oferta, los salarios -y otros aspectos asociados al trabajo-- han venido valorándose, casi exclusivamente, como un factor de los costes de producción. Y esa visión, limitada y, por tanto, miope, ha venido condicionando durante más de tres década las posiciones de los gobiernos nacionales y de los organismos multilaterales (Fondo Monetario Internacional, OCDE, Comisión Europea, etc.).

Creo que es el momento de complementar esa forma de ver los salarios, con un enfoque desde las políticas de demanda, reconociendo el papel esencial que juegan para potenciar la demanda interna y favorecer la cohesión social. En ese sentido hay que darle la bienvenida a la reciente posición de la Comisión Europea que ha admitido que si la evolución de los salarios es demasiado modesta -tal y como ha venido siendo en los últimos años- ello puede conducir a una escasez de demanda agregada y a un crecimiento muy débil. También el Banco Central Europeo reclama ahora mayores salarios para cumplir con sus objetivos de inflación; en otros términos, para garantizar la estabilidad de los precios y evitar tendencias deflacionistas.

Pero es necesario pasar de las palabras a los hechos y, lamentablemente, las políticas concretas todavía siguen dominadas por objetivos de moderación salarial y descentralización de la negociación colectiva. Un ejemplo de esto último lo comprobamos cada vez que el gobernador del Banco de España habla sobre economía española. Por cierto, ¿a qué se dedica ahora el Banco de España, si ya no tiene ni la política monetaria, ni la supervisión y resolución bancaria? Ah, sí ? a pedir moderación salarial.

Así pues, déjense de ver los salarios como un mal necesario. El elemento clave para el futuro de las economías es el conocimiento, algo que no deberían dejar de repetir, hasta la saciedad, nuestras autoridades y apostar realmente para favorecer su crecimiento a través de sus políticas. Sólo a través del conocimiento y la innovación asociada al mismo incrementaremos la productividad. Hagamos que los salarios aumenten al mismo ritmo que la productividad para garantizar una demanda que incentive la inversión empresarial.

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