Ahí estaba la señora Forcadell, retejiendo una astrosa bufanda jurídica para que no se constipe legalmente el prodigioso referéndum de autodeterminación y metiéndola finalmente en la gaveta, no vaya a inhabilitarla el imperialismo español y también la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría a punto de tomar de nuevo el avión a Cataluña con el objetivo de practicar la danza de la lluvia en la plaza de Sant Jaume para que comience a diluviar durante veinte años en el país, como diluvió en Macondo disolviendo los recuerdos y las almas, cuando inopinadamente un atentado terrorista mata a una docena de ciudadanos, provoca heridas a más de medio centenar y produce un caos en el centro de Barcelona y toda esta inmensa necedad que se prolonga ya más de un lustro, todo el ímprobo e interminable esfuerzo institucional y retórico dedicado a que la agenda política en Cataluña en su integridad esté atravesada de la necesidad imperiosa de construir un nuevo Estado a cualquier precio, esta pandemia idiotizadora en virtud de la cual una élite política hacendosamente corrupta ha conseguido distraer al personal con la fantasía de un nuevo comienzo para rehacer Cataluña, o la revolución, o las cuentas corrientes, toda esta hastiante payasada sorda, ciega y muda ante el desempleo y la precarización laboral, el colapso de los servicios sociales, la asombrosa degradación urbana, el desfallecimiento de las universidades, el estímulo subvencionado a la xenofobia, y todo aquello que, en fin, no pueda cubrir cómodamente una estelada, se transforma en una flatulenta fantasmagoría, porque están matando gente, están atropellando a gente en la Rambla entre gritos de pánico, está la sangre salpicando las aceras bajo la mirada febril de un tipo que se ha subido a una furgoneta para golpear y aplastar al mayor número de personas posibles.

Pero la muerte (y el terror) no cambiarán nada. Todavía recuerdo a Carod Rovira, por entonces conseller en cap y líder de Esquerra Republicana de Cataluña, reunirse con ETA para que los terroristas se fijaran bien en el mapa: Cataluña no era España y, por tanto, no deberían asesinar en Cataluña como, en cambio, podían hacerlo en Albacete, por ejemplo. En Albacete -o en Madrid, o en Sevilla, o en Bilbao- no había problemas para el asesinato político según ERC. Ese es el cieno moral por el que culebrean los que dirigen tan exitosamente ERC. En cierto sentido no está mal que la sangre no aturda demasiado, no imponga demasiado: los terroristas no pueden ganar interrumpiendo la cotidianidad y marcando como un hierro sus obsesiones en la piel temblorosa de ciudadanos libres. Esa es siempre su primera victoria. Pero sentiremos en las próximas horas y días una profunda decepción al comprobar cómo la estupidez no ha cambiado ni cambiará, y se escucharán burradas asombrosas, acusaciones brutales, insinuaciones vergonzosas. Nos faltará dignidad y muchos ni lo van a notar.