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OBSERVATORIO

Placebo, el poder de creer

Me persigue la frase "yo no creo en eso" y lo cierto es que yo siempre he rechazado esa afirmación diciendo que no es cuestión de creer o no, es cuestión de evidencia o no. Estoy empezando a cambiar esa postura porque lo que creemos está condicionando lo que nos pasa. Y eso, si fuese cierto, es trascendente en la vida de una persona.

Todo cambia y vemos que es así pero seguimos comportándonos como si no lo fuese. Ahora sabemos que hay neuronas en el estómago, en el corazón... pero seguimos funcionando con un modelo inamovible y miope como se hizo en el pasado ante muchos avances. Hoy estamos anclados en un modelo cartesiano donde asignamos funciones aisladas, especializadas y compartimentalizadas. Nos alejamos de la realidad que nos llega y que apreciamos porque la realidad nos molesta, nos pone en cuestión a nosotros mismos y a eso que aprendimos y que en otro tiempo nos dio seguridad. Nos defendemos con el mismo modelo que sabemos que no sirve. Y así nos movemos en un bucle pernicioso que a nadie beneficia.

Creer que se puede, te da el poder de emprender la acción que sea. Eso lo sabe todo el mundo aunque sólo sea porque no creer te limita y te frena. Cuántas veces he dicho ¡no te digas no!, ¡hazlo!, ¡prueba y comprueba! Cuántas veces nos hemos atrevido y ello nos ha posibilitado a hacer algo que pensábamos imposible. Ese quizá sea el punto de la palanca de Arquímedes que impulsa a emprender, a innovar o a descubrir a muchas personas.

Regla de la mente abierta: "Quien se niega a cambiar no puede negarse a cambiar para empeorar". Y el cambio es lo único que permanece invariable. Algunas personas confunden la constancia con el concepto de constante matemática que no varía. Ahí aparece el error conceptual: mantenerla y no enmendarla.

Vemos que a las mujeres también nos pasa, que algunas se lo creen y consiguen lo que se proponen por difícil que parezca y a eso le hemos puesto el anglicismo de empoderarse, cuando simplemente es creérselo. Desde para trabajar y que te valoren y paguen como a un hombre, a conseguir ligar con el hombre que te gusta. ¿Por qué no?

Experimentos científicos de fisiólogos como Bikov, Pavlov o Cannon y psicólogos como Robert Ader demuestran que lo que creemos, porque nos lo enseñan o nos lo dice alguien a quien reconocemos autoridad, puede sanarnos o matarnos. Eso sí, a unos más que a otros. Porque lo que el organismo cree de un evento tiene un efecto parecido a un evento real. Eso es conocido con nombres como el efecto placebo o el nocebo. Y en eso se basa La muerte vudú, de Walter Bradford Cannon. El coaching y las religiones saben que eso es el poder de la palabra. Y saben cómo podemos condicionar para bien o para mal con lo que decimos. Por ello, determinados profesionales deberíamos ser más que exquisitos con las palabras porque con ellas podemos curar o podemos matar, y sobre todo dañar a personas. Hablo de políticos, periodistas, profesores, asesores, médicos, etcétera.

Yo como médica y comunicadora -bicéfala me llamó alguien una vez- sé que la comunicación es clave para la salud de un sistema, sea el sistema un organismo o una organización. Así que ¡ojito!, la mala comunicación enferma y lo hace en muchos sentidos. Por ello es importante discriminar la buena de la mala, no importa si eres organización o persona.

Cuidado con esas personas que con sus palabras están haciendo mucho daño cuando desde la prepotencia se creen en la posesión de la verdad, o en la necesidad de remarcar el poder de lo conocido por ellos y ellas. Estamos en el mundo para mejorarlo y no para empeorarlo.

El efecto nocebo es perverso y está de fondo de muchos discursos y declaraciones que desprecian las creencias y los efectos placebo. Son seres destructores de esperanza. Y la esperanza es el placebo más potente del mundo. Ya empieza a conocerse científicamente que el observador modifica la realidad observada. Así que ojo con la realidad que sembramos a nuestro alrededor. Ojo con denostar a esas personas que nos prometen lo que sabemos que no es posible prometer pero sí que abren ventanas de esperanza. Porque igual acabamos siendo víctimas de ese nocebo que sembramos.

¿Hasta cuándo? Hasta que la realidad nos supere y todos abracemos el nuevo paradigma. Todos como nuevos conversos, con mala memoria para poder perdonarnos a nosotros mismos. Nadie recordará las víctimas que hemos dejado por el camino. El éxito tiene muchos padres; los fracasos, ninguno.

Mi propuesta es: empecemos a creer que podemos, queramos creer que un mundo mejor es posible, sobre todo porque lo es. Y porque lo que creemos condiciona lo que nos pasa, lo creamos o no. Las ratas a las que dieron agua azul con inmunosupresor y sufrieron el efecto, cuando sólo les daban el agua azul lo seguían sufriendo. Así que aléjese de todo aquello que les diga lo malo, que les robe la esperanza: son nocebos y cada vez que los vea y escuche le harán daño. Bien sabía el chamán de la tribu que cuando decía a un miembro de ésta que moriría, moría.

Por eso, cada vez que alguien dice que algo es placebo, yo me sumo a eso. Ojalá todo fuese placebo. Ojalá. Porque yo creo que todo puede ser mejor y que lo que creemos importa y mucho.

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